Recuerden que en esta serie de artículos no se busca un enfoque académico del riesgo sino cierta reflexión personal sobre el mismo. Un concepto que en mi opinión es de gran complejidad y donde cuando más limitemos la forma de abordarlo más se nos va a escapar dicha naturaleza compleja.
En esta parte intentaré centrarme en las implicaciones sobre el riesgo que pueden significar los objetivos. Obviamente es inevitable que salga el tema de los objetivos pero ya les aviso que soy precisamente de los menos indicados para hablar sobre objetivos y no es falsa modestia. Si me veo hablando en exceso de los objetivos es porque es un tema importante a la hora de analizar el riesgo. Vamos me gusta poco hablar de objetivos (que considero algo muy personal) aunque si me gusta mucho leer los posts de otros sobre sus objetivos y también me gusta hablar del riesgo.
En el foro hay un artículo extraordinario sobre los objetivos que recomiendo leer a quien no lo haya hecho y releer de vez en cuando. Por el camino de la independencia financiera
Existen otros muy buenos que no voy a referenciar para no alargarme en exceso. Aunque como gran amante de la ironía y el humor me permitirán que les sugiera también La IF de los cojones . Eso sí lo recomiendo leer con la mente abierta y con ese “objetivo” tan banal como eficiente, a veces, que es intentar tomarse los temas serios a broma durante un rato.
Los objetivos con los que uno afronta la inversión pueden ser muy diversos pero no creo que la inversión se trate de una actividad que haya que analizar a parte del resto de nuestra vida sino que formará parte de ella y de la misma forma que analizamos otras decisiones de nuestra vida podemos analizar la inversión y viceversa.
Suele ser habitual entre los inversores críticas hacia otras personas por no dar la suficiente importancia a este aspecto dentro de sus vidas pero a veces cometemos el error de pretender analizar demasiados aspectos desde nuestro punto de vista o desde nuestras motivaciones cuando tal vez las de otros puedan ser distintas.
Por ejemplo a la hora de abordar el desarrollo científico, aunque se pueda incluir la motivación económica, uno no debería pensar que es superior a otras posibles motivaciones, como la del prestigio o la del conocimiento.
-Nuestra vida nuestras circunstancias
No sólo pueden diferir sensiblemente los objetivos con los que planteamos nuestra actividad inversora, es muy posible que sean distintas las circunstancias a las cuales cada uno pueda estar sometido y también nuestras cualidades (y defectos).
El componente personal se puede volver como un factor crucial a la hora de entender porqué determinadas decisiones es complicado que puedan ser objetivas.
Cogemos cualquier regla de inversión sencilla o cualquier forma de invertir basada en premisas muy sencillas y es difícil pretender justificar que eso se pueda adaptar a cualquier persona sin ver más allá.
Muchas decisiones de inversión e incluso de evaluación de los riesgos que pueden comportar están basadas en una peligrosa simplificación de la complejidad inherente a muchas de las cuestiones.
Para entender el riesgo creo que es un aspecto clave, ver las limitaciones de los enfoques utilizados, mientras que con frecuencia, se tiende a confundir el enfoque heurístico que se intenta aplicar con la realidad. Conceptos como volatilidad, diversificación, perfil de riesgo no dejan de ser intentos de modelizar de forma rápida, aspectos de gran complejidad.
El problema de fondo no son las limitaciones de estos enfoques, el problema es confundir el enfoque con la realidad. Luego cuando se dan situaciones donde aparecen estas limitaciones, parece no entenderse porqué termina pasando lo que pasa cuando el enfoque da para lo que da.
Por poner un ejemplo fácil recurrente, cuesta de imaginar hasta que niveles pueden cambiar ciertas premisas inversoras sólo por pasar de la fase de aportaciones a la fase de retiradas. El tan repetido que las bajadas son oportunidad de comprar barato, deja de tener el mismo sentido cuando uno pasa de poder aportar a tener que retirar.
Las carteras de dos personas por mucho que sean iguales pueden diferir sensiblemente desde el punto de vista del riesgo si sus circunstancias y sus capacidades son distintas.
-Nuestra vida nuestras decisiones
La mayoría de decisiones que tomamos a quien más afectan es a nosotros mismos, por lo tanto nos debe de corresponder a nosotros tomarlas, ni que sea para ceder dicha responsabilidad a otros (de forma temporal claro).
Si algo me suele molestar del aspecto comercial del mundo de la inversión, es precisamente la facilidad con la que se pretende decidir por otros. Decisiones que pueden tener importantes implicaciones para la persona afectada. A cada uno le va a tocar apechugar con esas decisiones tomadas.
Equivocarse es algo lógico y habitual. A todos a nivel personal seguro que nos ha tocado lidiar con decisiones que han tenido un resultado complicado de gestionar. Unas veces por no haber sabido ver en toda su extensión los posibles riesgos que implicaban, otras por a pesar de tener dicha decisión todo el sentido del mundo, las circunstancias han sido profundamente desfavorables para dicha decisión.
La cuestión es que uno debería de intentar evitar, en la medida de lo posible, que sean las decisiones de otros, posiblemente con otros intereses añadidos, quien le lleven a este tipo de circunstancias.
No se trata que el “experto” tome decisiones que tomará mejor que nosotros, se trata que dada su incidencia, nos andemos con cuidado a dejar que el experto tome decisiones que nos pueden pasar a nosotros una factura bastante distinta que a él.
Obviamente uno debería intentar hacerlo a partir de una buena base.
-Vender objetivos
Como dice Montaigne: “nuestros deseos desprecian lo que tenemos para correr detrás de lo que no tenemos”.
En el mundo de la inversión es fácil dejarse deslumbrar por los objetivos que otros han conseguido, persiguen o simplemente venden como parte de su trabajo.
En lugar de recordarle lo bueno que usted tal vez ya ha logrado o va a lograr por su camino vital, le intentan incitar a tomar un camino distinto que en teoría podría llevarlo hacia una especie de paraíso.
Debería uno sin embargo analizar esos “objetivos” siempre en relación de los riesgos e inconvenientes que suponen. Y recordar lo comentado en la anterior cita. Que a veces basta con llegar a un objetivo para que ya no sea igual de apetitoso.
Incluso fuera de la inversión, uno a veces se da cuenta, a la que se para a pensarlo fríamente, que está sacrificando demasiado para perseguir objetivos que en realidad son de otros y que difícilmente le van a aportar lo mismo que le aporta aquello que está sacrificando en parte.
Especialmente delicados son los casos donde esos supuestos objetivos incluyen evitar o minimizar riesgos que son inherentes a la propia naturaleza de la civilización humana. Cuando para vender objetivos hay que esconder los riesgos de esos objetivos, la probabilidad de terminar saliendo escaldado se multiplica considerablemente.
Cuando se venden objetivos para evitar según que riesgos, animo a que se recuerde eso de que en realidad a lo que se llama evitar riesgos, suele ser con frecuencia el cambiar unos por otros quien sabe hasta que punto peores o más complicados de gestionar. A veces un simple recorrido histórico de buena mano nos puede llevar a ver esos riesgos en realidad como un problema de mayor complejidad que no es nada fácil de solucionar.
-Creer (o hacer creer) que se tiene como objetivo A cuando se tiene B
Algo habitual a la naturaleza humana es creer o querer creer que uno tiene un determinado objetivo cuando en realidad está buscando otro. Normalmente el primero más moderado y más bonito moralmente que el segundo.
Les voy a poner un ejemplo. Hay quien dice querer ser Independiente Financieramente cuando en realidad lo que quiere ser es muy rico. Lo que pasa es que igual lo primero queda mejor o uno se ha terminado autoconvenciendo de A pero lo que realmente le gustaría es B.
Alguien puede argumentar razonablemente que tampoco hay tanta diferencia entre buscar lo uno o lo otro. En apariencia si mira objetivos por sí solos quizás no hay tanta diferencia, pero si lo analizamos desde el punto de vista del riesgo , sí creo que hay una diferencia significativa porque el segundo está dispuesto a asumir riesgos que dudo mucho que el primero esté dispuesto a asumir de la misma manera.
Si uno por ejemplo busca una sostenibilidad económica propia dudo mucho que necesite correr detrás de oportunidades “únicas” de inversión con rentabilidades posibles a medio plazo astronómicas. Esas son para los que buscan otros objetivos. Viendo por ejemplo como uno se toma cuando cree que está dejando pasar un alto coste de oportunidad, puede ser una excelente fuente de información sobre cuales son sus objetivos menos políticamente correctos y más interiorizados.
El mal llamado perfil conservador, en no pocos casos, no es un tipo de inversor que no quiere de ninguna manera asumir riesgos siendo consecuente con que ello le lleva a un objetivo de rentabilidades bajas (al menos ajustadas a inflación). En ocasiones hay quienes en teoría se clasifican en ese perfil que luego pretenden lograr rentabilidades altísimas asumiendo muy poco riesgo. Lo que históricamente les ha llevado a justamente lo contrario, asumir ciertos riesgos justo en el peor momento para hacerlo.
-Sobre el reconocimiento de los demás
A todos nos suele gustar obtener el reconocimiento de los demás en lo que hacemos. Sin embargo se complica la cosa cuando los valores de alguien difieren de los nuestros o difieren en su posición relativa respecto a otros.
Si uno tiene como objetivo, ya sea más secundario ya sea más principal, que personas a las que les gusta llevar un tren de vida elevado, le reconozcan su mérito por conseguir, a lo largo de los años, evitar ciertos problemas y poder llevar un buen tren de vida, es bastante posible que se lleve un chasco.
Ese objetivo que tan bien se vende, de gastar menos ahora para gastar más en un futuro, es posible que lleve a una decepción si lo que uno busca es el reconocimiento de aquellos que intentan maximizar el gasto, presente claro.
La inmediatez, que es algo que un inversor curtido tiende a relativizar, es precisamente lo que valora según quien y ni es fácil que cambie ni es posiblemente nuestra función presionarle en exceso para ello. Incluso aquí el objetivo de ese cambio sería complicado de diferenciar si es realmente para hacerle un favor a él, o para disfrute propio, al poder apreciar mejor esas virtudes que creemos tener.
El ahorro, por ejemplo es una virtud tan apreciada para el que tiene facilidad para ello como despreciada para el que le cuesta horrores. Difícil será que el segundo aprecie del mismo modo que el primero, lo que se puede lograr en base a él. No porque no le pueda gustar el resultado final, sinó porque vendrá mezclado con una sensación fisiológica de por todo lo que tendría que pasar primero, que en el otro caso no existe.
-Ojo con competir
No es mi intención ofrecer una imagen negativa de algo como es la competitividad que mueve el mundo y lo hace progresar. Los que invertimos en renta variable sabemos de su poder para hacer que las empresas consigan las rentabilidades que consiguen a largo plazo.
Sin embargo uno debería de vigilar sobre que compite, con quien compite y para que objetivo.
Cuando nuestro objetivo no consiste en ser el primero, estar dispuesto a sacrificar “demasiado” para ser el primero, suele terminar siendo una decisión contraproducente que en lugar de acercarnos a nuestro objetivo nos aleja de él.
Fíjense en cualquier deporte. Allí hay quien toma riesgos notables cuando ya está obteniendo un buen resultado para conseguir un mucho mejor resultado. La visión del éxito y el sesgo de supervivencia no deberían hacernos creer que ese riesgo es inferior al real y es apto para cualquier situación. Si uno ya obtiene un buen resultado igual le conviene más ser algo más cauto para mantener ese resultado (con perspectiva de largo plazo), que centrarse en exceso en mejorarlo quien sabe si asumiendo unos riesgos que ponen el peligro el propio supuestamente objetivo inicial.
Los efectos de la competencia combinado con el reconocimiento de los demás suele llevarnos a un exceso de interés en el fracaso de otros para disfrutar de los propios objetivos. Parece como si uno no tuviera suficiente con ello y necesitara ese plus de saber que otros han logrado peores resultados.
La propia dispersión de la vida en general y de la inversión en particular, hace que uno puede tomar decisiones bastante cuestionables y sin embargo obtener resultados mejores que otros que las han tomado más sensatas. Aquí volvemos a lo de siempre. Uno debería ser capaz de combinar el análisis del resultado con el análisis de los riesgos asumidos. Y el éxito, si lo consideramos como lograr el propio objetivo, no es necesariamente maximizar los resultados, ni siquiera maximizar el resultado en relación con el objetivo.
Aunque uno puede aprender muchísimo mirando lo que hacen los demás, ojo con convertirlo en algo en exceso personal y que termine confundiendo nuestros objetivos.
Hay que andarse con cuidado con que el competir no termine pasando por delante de los que supuestamente son nuestros objetivos principales.
Un ejemplo clarísimo de lo que comento, en mi opinión, es el exceso de importancia que se da al batir al mercado. Se centra uno en competir cuando probablemente es bastante más importante que se centre en lograr un resultado razonable. El mercado es cuestión de tiempo que explote la debilidad que supone precisamente estar demasiado pendiente de aspectos que difícilmente puede controlar.
-Ojo con jugar.
No pretendo negar la componente lúdica del juego. Es una buena fuente de aprendizaje y una herramienta que ayuda, a veces, a rebajar tensiones y a tomarse las cosas menos a pecho.
Sin embargo también puede contener un peligroso canto de sirena a asumir más riesgos de los que se deberían.
Veo a muchos inversores creyendo que su cartera necesita pluses de riesgo, cuando si les toca pasar por una situación tipo 2000-2002 , 2008 o simplemente este mes de marzo de 2020, lo que van a pensar es justo lo contrario. En realidad lo que creen que es un plus de riesgo, en demasiados casos, es un estar infravalorando el riesgo real del resto de su cartera.
Especialmente peligroso es el caso donde uno, haciendo ciertas tonterías inherentes al hecho de estar jugando, empieza a obtener mejores resultados, a corto plazo claro, que siguiendo unas reglas de inversión más consistentes. Volvemos a que analizar resultados sin analizar riesgos se puede convertir en una forma fácil de tener un criterio inversor dudoso. Y precisamente el mercado si alguna habilidad tiene, a corto plazo, es la de incentivar este tipo de comportamientos.
Si el que lo hace es alguien listo que está dando rienda suelta a según que tipo de motivaciones menos racionales y más viscerales, no se preocupen, que va a encontrar explicaciones de los más racionales y lógicas a ese comportamiento. Lo que le será difícil de sostener es que busca unos determinados objetivos, acordes con lo que es el largo plazo, cuando debería parecer bastante claro que está buscando más bien otro tipo.
Seguro que si se fijan en los comportamientos asociados por ejemplo al juego de la lotería, entenderán de lo que les estoy hablando. Fíjense si es fácil, con los estímulos adecuados, que uno crea que las opciones que le toque algo son bastante superiores a los reales, incluso que crea que la esperanza matemática es positiva cuando en realidad es claramente negativa. Por no hablar de atribuir a la habilidad algo que simplemente es cuestión de suerte.
-Acelerar el proceso
Hay objetivos que requieren tiempo para fraguar. En la medida que uno quiere acelerar el paso del tiempo es posible que se está precisamente saltándose etapas del mismo y no entendiendo bien los riesgos inherentes a buscar ese objetivo.
Lo que quiere es el resultado sin querer pasar por el proceso de llegar a ese resultado. Lamentablemente eso no suele ser significar viajar por el mismo camino sino intentarlo hacerlo de otro modo, poniendo en riesgo, en muchos casos, la viabilidad y las premisas de ese camino.
Cuando se hace esto no es que uno quiera más el objetivo que otros, es que suele estar menos dispuesto a asumir los inconvenientes que supone. Igual prefiere no llegar al objetivo si eso implica tener que pasar por ese proceso sin acelerarlo.
Decía Graham, en una de sus grandes frases, que el mercado a corto plazo era una máquina de votar (popularidad) mientras a largo plazo era una de pesar (fundamentales).
Cuando se pretende acelerar el proceso normalmente lo que hace uno es exponerse más a la primera, no hacer que la segunda funcione antes.
Vigilen cuando para buscar su objetivo necesiten en exceso condiciones o premisas de corto plazo, que la garantía que se cumplan probablemente sea bastante menor de lo que creen.
-Una última reflexión.
Espero que el artículo se entienda no como un intento de fustigar a nadie sino un intento de reflexión sobre situaciones por las que uno mismo ha pasado, no necesariamente en inversión. Y por las que muy posiblemente le va a tocar volver a pasar.
A toro pasado cuando uno ha buscado lograr según que objetivos y ha fracasado (o lo ha logrado pero ese objetivo no era lo que creía), para el que le guste preguntarse el porqué, lo más llamativo es en que medida uno se ha autoengañado sobre ciertas premisas de sus motivaciones reales.
A veces nos gusta asumir según que riesgos incluso aunque no salgan bien y otras nos cuesta hacerlo incluso aunque la probabilidad de llegar a buen puerto sea elevada, pero insatisfactoria en otros aspectos.
No dejan de ser decisiones personales que sin embargo son todavía más difíciles de analizar cuando estamos hablando de otros y cuya extrapolación se convierte en algo tremendamente complicado y con un montón de posibles riesgos ocultos.