Crepita el fuego. Burbujea, muy lentamente, la futura reducción en el fogón (no padezcan no haré una rima esta vez). Tras unos meses de mucho trabajo y emociones, apetece por fin sentarse a escribir, mientras la actividad de la familia se desarrolla un año más para reunirnos a todos e intentar pasar un buen rato. Este es probablemente mi deseo para 2020, poder también pasar más buenos ratos con Vds., ya sea delante de algo que se pueda ingerir (y valga la pena), o bien departiendo por escrito en este gran imán de ideas que entre todos hemos edificado. De verdad que lo echo de menos, aunque el listón cada vez está más alto y resulta más difícil mejorar sus aportaciones. En principio, ya estoy orgulloso por poder poner una miguita para mantener la “infraestructura” en la que muchos de Vds. brillan y nos hacen aprender, humildemente.
Pero sí, esta vez quiero compartir una reflexión de este año, que seguramente para Vds. será muy obvia, y quizá sólo toque de forma tangencial este tema que nos trae a nuestra ágora masdividendil, pero para mi no está tan claro que no tenga una aplicación rotunda incluso en nuestro pequeño frikimundo. Muchos de Vds. conocerán de mi amor por las ciencias sociales; nunca lo he ocultado. Es por esto que este año, o más bien dicho, en los últimos 12 meses, he abordado diversas lecturas como habría hecho mi admirado Mr. Munger (conoce al enemigo mejor que a ti mismo), que ya deben de conocer por las diversas recomendaciones que he ido haciendo públicamente: Alchemy, Thinking Fast & Slow, Think Twice, la última serie de Wait but Why y seguramente muchas otras que no he tenido la diligencia de apuntar, como hace mi admirado y erudito @ruben1985. Fruto de todas estas lecturas, he tenido una mini-epifanía que clasifico, quizá incorrectamente, como sesgo que prácticamente diría que es una de las piedras angulares del marketing, aunque, como desarrollaré más adelante, es tan potente que no se queda ahí. Si fuera un antropólogo probablemente lo llamaría la ansiedad por la pertenencia a un clan, tribu o grupo social. La versión moderna, del primer mundo, consiste en crear una imagen de marca, un storytelling y hacer que la gente se identifique con una serie de conceptos, reales o fabricados, que nos acerquen a algún cierto ideal, que, ora por las circunstancias, ora por nuestros valores, ora por el respeto que podamos tener a ciertos estandartes y sus portadores, o bien, más probablemente por una combinación de los anteriores, nos resulte una enseña bajo la que nos apetece desfilar a la vez que nos llena de orgullo el hacerlo. La pequeña salvedad es que probablemente nos estemos apuntando a una visión del selecto club adaptada además a nuestros prejuicios o ansiedades personales. Una visión que es distinta de la de todos los demás iniciados (y nadie se da cuenta de esto), pues la hemos adaptado a la imagen que más atractiva nos resulta según nuestras preferencias personales.
Una vez expuesta la idea, que espero no haber ofuscado demasiado con mi torpe redacción, uno puede advertir claramente lo beneficioso que es ser accionista de una empresa que logre conformar una identidad y hacer que un grupo de gente se haga incondicional de la misma. A veces, la adhesión a esta identidad no es exclusiva, sino más bien forma parte de una combinación de otros factores, pero no necesariamente esto va a hacer esta vinculación menos potente. Fíjense que este concepto en general es mucho más amplio que el de la creación de una marca, aunque una marca pueda formar parte de una identidad. Cuando una firma consigue esto, ya les digo yo que el valor en libros de la misma va a aparecer muy subestimado en su balance - pequeña digresión, si se valorase correctamente probablemente la verdadera cifra de la rentabilidad sobre activos operativos de estas empresas, teniendo en cuenta el valor de este “activo invisible” no sería tan descollante como parecen apuntar los números, así, sin ajustar.
Todo esto estaría, bueno, como que regular si quedara aquí (seguro que también se puede defender que está fatal, pero aparquen esta idea y vean a continuación a qué me refiero). La versión más diabólica de este concepto pasa por no reparar en cuando nos sometemos a una de estas “estrellas polares”. Si se piensan inmunes, no seré yo quien lo niegue, pero reflexionen, por favor, y recuerden aquello de “torres más altas han caído”. Estoy seguro de que es más fácil el reconocer este efecto en los demás, mucho antes que en nosotros mismos, máxime si la estrella polar en particular nos la trae un poco al pairo.
Aunque se pueden concebir casos extremos, yo diría que, en general, el efecto que estoy intentando describir no es totalmente grave cuando nos quedamos en el ámbito del “marketing comercial”. Es mucho más inquietante y peligroso cuando se trata de ideas o banderas aparentemente más “puras”: planteamientos vitales, adscripciones filosóficas o políticas, formas de encarar los negocios o las inversiones, qué se yo, las cosas que realmente mueven el dial de la vida. Creo que es fácil de reconocer en la sociedad actual, tanto a nivel macro, como en sus alrededores más cercanos, múltiples ejemplos de a lo que me refiero posiciones con focos muy explícitos y muy específicos y fuerte sentimiento identitario, lideradas por individuos que han sabido aprovechar la oportunidad para crear imágenes de culto y culturas de “ellos contra nosotros” en las que no hay discrepancia posible. Posiciones que son peligrosas, porque una vez que el individuo abraza la idea, estrategia, cultura o meme, entra en acción la eficiencia, y la cosa empeora más si cabe. Una vez que hemos decidido a qué club nos apuntamos, ponemos a su disposición una de nuestras palancas más potentes, la confianza, y aquí es donde realmente rompemos la última amarra con el pensamiento independiente y subcontratamos nuestro criterio al nuevo líder, de modo que ya sólo él tendrá que mover el volante para que nosotros le sigamos, situando la pertenencia al grupo como fin en sí mismo.
Vds. pensarán que no es tan difícil darse cuenta de esto, o que probablemente he abusado del brandy 103 al calor del fuego con el que intentaba dar un barniz literario al inicio de este escrito. Pues igual tendrán razón en ambos frentes; para mi personalmente este tipo de riesgo me preocupa mucho tanto como padre como como miembro de la sociedad, y he creído oportuno compartirlo con Vds., que seguramente me darán insights mucho más profundos que el que he rodeado de mi pedantería en este post. Ya ven, no existen comidas gratis
Acabo ya, pues tengo cuñados a los que entretener y evangelizar, y ya me están empezando a mirar de soslayo. Sin querer caer en el mismo riesgo sobre el que estoy, espero, debatiendo con Vds., les diría y les desearía, que tanto personalmente, como dentro de la sociedad (y más “egoístamente” dentro de este nuestro pequeño oasis) piensen de forma independiente, animen a los que les importa a que lo hagan (aunque sea desde la discrepancia) y se alejen de los clichés como alma que lleva el diablo. Acabo con la imagen de un gran pensador (recuerden que la grandeza no es cuestión de cantidad, sino de calidad), que expresa para mi este concepto en muchas menos palabras que yo, y que espero que les sirva de icono y como “mnemónico” para acordarse de esta chapa navideña, si así lo consideran oportuno:
N.T: “Nunca pertenecería a un club que me admitiera como socio”