TESLA y los agujeros negros
En 1915 Einstein publicaba su teoría sobre la relatividad general, generalizando la relatividad especial tras una década de trabajo. La teoría de la relatividad general es una aproximación más precisa que la clásica de Newton a la ley o leyes “últimas” de la gravedad, si es que puede decirse de esa forma. Aunque es válida en un amplísimo abanico de situaciones, no permite una descripción correcta en ciertas condiciones. De forma simplificada, falla en esas situaciones en las que ingentes cantidades de masa/energía están confinadas en regiones del espacio tan minúsculas en las que es necesario usar teorías cuánticas.
Einstein no podía imaginar las inquietantes consecuencias que se derivarían de las soluciones a su ecuación. Una de ellas, el hecho de que en el universo existen fenómenos tan fabulosos como los agujeros negros (por ejemplo, Cygnus X-1) y las singularidades. Como hoy en día ya sabemos, son regiones del espacio en las que la fuerza gravitatoria es tan intensa que altera por completo el tejido del espacio-tiempo, hasta el punto en que nada, una vez traspasado un umbral crítico llamado horizonte de sucesos, puede escapar. Desafortunadamente, no podemos conocer que sucede en una singularidad, el punto infinitesimal de una ingente e inimaginable masa, pues no tenemos todavía unas leyes cuánticas para la gravedad.
Afortunadamente, si podemos observar y describir otro tipo de singularidades, las singularidades financieras, pues existen en lugares en este planeta, y poseemos informes al respecto. Son situaciones en las que cantidades astronómicas de dinero son consumidas y atrapadas en un limbo etéreo. Estas singularidades, pese a ser insaciables devoradoras de recursos ajenos, siguen extrayendo el capital de muchos inversores que, en actos de audaz temeridad, traspasan su horizonte de sucesos.
Probablemente uno de los agujeros negros financieros más célebres hoy en día sea Tesla. El volumen de este fenómeno es ciertamente sorprendente, pues su capitalización bursátil está en unos 50 billones anglosajones de dólares, un tamaño similar al de una empresa de reputación mundial y de gran historial como BMW y casi el doble que la de Renault. Da igual que estas empresas ganen dinero, vendan millones de vehículos y estén bien posicionadas para crear coches eléctricos eficaces.
La voracidad de esta singularidad es gigantesca; desde su fundación ha consumido cientos y cientos de millones de dólares, año tras año, y no parece tener fin. Gobiernos, inversores particulares, institucionales, compradores de coches por adelantado que aún no los han recibido… nada puede escapar a su gravedad financiera. Trimestre tras trimestre, las pérdidas se incrementan, sus predicciones de fabricación se incumplen, el agujero aumenta su radio de Schwarzschild, pero misteriosamente, no quiebra o colapsa. Puede que siga ingiriendo recursos económicos durante una eternidad, mientras encuentre materia financiera que caiga en órbita de su místico CEO.
En todo caso, y por si las moscas, de momento me mantendré bien lejos.