Esto de los bancos es un asunto complejo. De jovencito, muy jovencito, me inicié en el horroroso mundo laboral - no se lo recomiendo a nadie - entrando a trabajar en un banco. Les aseguro que nada tenía que ver con lo que hoy son estas entidades. En mi pueblo, las abuelas, orgullosas, me señalaban con el dedo y se decían unas a otras: “este chico vale mucho, escribe en un banco”. Pobrecillas, no sabían la crítica transformación que la banca iba a operar, de anotar apuntes contables, controlar riesgos, descontar letras, dar créditos y lo que llamaban “extranjero” a regalar sartenes, cazuelas y cuberterías, “el-gran-bazar-de-china” financiero. Lo que hacen actualmente con los clientes y sus dineros no lo califico, ciertos comentarios llevan responsabilidad penal, la que no tienen ellos.
Lo digo por una operación que hizo un tipo muy rico, vendió sus ladrillos a otro ladrillero que quería urbanizar hasta los camposantos, en el mejor momento, el mercado se hundió seis meses después, y con estos dineros, sabiendo como estaban las entidades bancarias por haber sido compinches, tomó la decisión de comprar una participación en una importante entidad de crédito. Cuando deshizo la operación, bueno, deshacer es una expresión, años después, la broma, aparentemente, le había costado mucho dinero. No lo entendió casi nadie.
El “casi” viene a cuento porque comentándolo con un compañero, un tipo muy puesto que va de exquisito por un cargo de renombre que le han dado en un chiringuito financiero, con derecho a gomina, nudo de corbata elefantiásico, chaqueta italiana tres tallas menos, pantalón pitillo por donde asoman generosamente los tobillos, mocasines azulados de terciopelo, reloj suizo de regata y deportivo alemán de prestigio (con derecho a plaza de garaje, lo que más envidio), me dio la explicación, eso sí, ninguneándome primero:
“Como se nota que tú, Calimero, en banca solo rascabas cámara de compensación. Los que están en el consejo a saber por qué están, unos para vigilar las inversiones; otros para vigilar a los que vigilan; otros sin interés alguno por ser su silla un pago por servicios prestados; otros porque lo fue su padre, madre o abuelo y hay que estar aunque donde más disfrutan es holgazaneando en el Club de Polo y, finalmente, los que quieren hacer sus negocios, sus negocios, que nada tienen que ver con la inversión realizada pero que es necesaria a estos efectos. Estas poltronas cuestan mucho dinero.”
Le pregunté interesado de que negocios se trataba pues la inversión inicial había sido una ruina. Me volvió a ningunear y obtuve respuesta:
“Como se nota que tú, Calimero, en banca no pasaste de oficial primera. Un tipo al que se conoce por no ser tonto, da lo mismo a lo que se dedicara, lo importante es como se despidió con retranca al comentar: “He de reconocer que esta inversión no la calificaría de brillante, pero la experiencia ha sido magnifica, gratificante y muy, muy enriquecedora, especialmente lo último”
A mi pregunta que no sabía con certeza lo que el tipo había querido decir, nuevo desprecio y respuesta:
“Como se nota que tú, Calimero, en banca solo fuiste a por un miserable sueldo. A tu edad y sin saber interpretar a un gallego, no tienes sentido, medida ni remedio, tú no sirves para esto”
Solo pude decir “amén”, lo que acostumbro por ser buen cristiano. Como se nota que soy un ignorante y solo me alivia el Catecismo y la pomada, Hemoal por más señas, no la confundamos con el elixir que destilan en Menorca.