Creo que es algo más complicado que eso, tratándose de un bien de primera necesidad.
Depende del uso que se de a esa agua también es distinto el precio que se puede pagar por ella y luego hay todo tipo de contratos de uso, firmados hace un montón de años por derechos de paso y similares al construir determinadas instalaciones.
También en los países del tercer mundo, cuando hay problemas gordos, la falta de agua se suele traducir en todo tipo de epidemias. Vamos que un acceso mínimo al agua es imprescindible para mantener unas condiciones mínimas de convivencia en una sociedad.
Las infraestructuras necesarias para ello requieren de cierto consenso social y se suele complicar considerarlo simplemente como un bien de mercado. De hecho ya estamos viendo que cuando aparecen graves problemas de sequía hay todo tipo de debates sobre el tipo de uso razonable o no de ella, más allá que se pueda o no pagar.
Por ejemplo hay canalizaciones que permiten llevar agua de zonas donde está con cultivos menos rentables a otras con cultivos mucho más rentables. Pero este uso del agua no está claro como se aplica en caso que no haya excedente de agua en la zona origen. Son usos del agua que se producen por haber sobrante no por pagar más o menos el agua.
Más allá que le pongamos un nombre más o menos escabroso para otro, el riesgo regulatorio y similares siempre hay que tenerlo en cuenta.
Tal vez yo no diría si es moral o no, sino, si con unas reglas de juego distintas de las actuales, de escasedad, pueden servir los esquemas mentales que hacemos de la situación desde una situación que no es de escasedad.
No me canso de recomendar el magnífico libro Repensar la pobreza-Abhijit Barnajee,Esther Duflo precisamente por tener la virtud de mostrarnos como muchos de nuestros razonamientos, ni aún siendo lógicos, suelen tener poca aplicación real en condiciones muy distintas de las nuestras.
Por ejemplo el tema del covid, en la peor parte de la epidemia, ya nos mostró que ciertas reglas o razonamientos tienen dificultades de aplicación cuando se complican ciertas cosas que damos por seguras en nuestro entorno normal. Una vez vuelta a la normalidad parecemos no recordar como esa lógica la suspendimos un tiempo para adaptarnos mínimamente a la situación de entonces.
Inversiones que nos generen demasiada incomodidad, sea por las razones que sea, hay que optar por dos enfoques. Reconocer primero que manejarlas se puede convertir en un plus de riesgo por la propia incomodidad que nos generan, les pongamos un nombre u otro. Y luego analizar con algo más de profundidad si esa premisa se aplica algo mejor o algo peor a otras inversiones en comparación.
Me recuerda a los debates de hace un tiempo sobre invertir en China. Hay quien lo despachaba rápido sobre que no consideraba moral invertir en China. O le daba otro nombre con un argumento de fondo parecido.
Otros rechazaban el argumento y hacían referencia a que los chinos estaban convencidos sobre las ventajas capitalistas para su economía.
Al final fue un riesgo que tocó gestionar cuando asomó la patita lo suficiente. No para invalidar la inversión en China sino para calibrar lo convencido que estaba uno de sus razones.
Las relaciones entre economía y valores suelen ser más delicadas de lo que pueda parecer de entrada. La obra de Keynes gira en parte alrededor de ese equilibrio. Sobre en que medida el comportamiento capitalista puede derivar, en determinadas situaciones como las que le tocó vivir a él en primera persona, en convertir la supervivencia del sistema en inviable o de difícil viabilidad para parte de los que viven en él.