Un tema que podemos considerar como no central en nuestras discusiones sobre inversión, aunque a menudo asoma su fea cabeza, es el cortoplacismo. Por ello me parece pertinente traerlo aquí para que podamos comentar sobre el mismo.
Antes de intentar dar una definición sobre el cortoplacismo, vamos a realizar varias aproximaciones a dicho concepto. Me permitirán que acuda a mis experiencias recientes para ilustrar algunos aspectos de lo que yo considero cortoplacismo. Más adelante, lo definiremos de forma más o menos precisa. Finalmente, se abrirá un debate que debería servir para que podamos identificarlo y evitarlo en nuestras decisiones de inversión.
Vamos allá. El sábado pasado me encontré con un conocido que es directivo de una importante empresa de servicios asistenciales. Dicha empresa es propiedad de un fondo de private equity, que, como es habitual, hizo su adquisición apalancadamente (esto es, pidió un préstamo sindicado). Bien, los gestores del private equity tienen hacen un seguimiento milimétrico del ebitda trimestral de la empresa en cuestión. No es raro, ya que entre los coventants (condicionantes) del préstamo sindicado está el obtener una ebitda mínimo. Esto se refleja en la práctica en que hay despidos frecuentes si no se llega al ebitda trimestral requerido, o se piensa que no se puede llegar al mismo. Incluyendo, de forma casi periódica, renovación de buena parte de los directivos. Como todo el mundo se puede imaginar, esto no provoca una buen ambiente en la empresa. Hay rumores, hay miedo. Resultado (entre otros): falta de compromiso, que lleva a peores resultados. Un ejemplo de cómo aumentar la presión no siempre es lo mejor a largo plazo.
Otra ilustración. Estoy leyendo un libro que les recomiendo: “Entre tiburones”, de Joris Luyendijk. Este periodista holandés entrevistó a multitud de directivos y empleados de banca de inversión tras la última crisis financiera. Muchos de estos profesionales hacen hincapié en la falta de seguridad en el trabajo que existe en ese sector. Una vez más, esto lleva a un escaso compromiso y compromete los resultados del banco a largo plazo. Ese cortoplacismo viene dado por la exigencia de los accionistas y de la alta dirección de cumplir con lo previsto, aumentar trimestre tras trimestre los beneficios, como sea. Evidentemente, si alguien tiene un fuerte incentivo para no dar malos resultados, hará lo que esté en su mano para no defraudar las expectativas. Aunque ello no sea legal. En el libro se menciona que tal vez Goldman Sachs sea el único gran banco de inversión que piensa un poco a largo plazo. Y es el de mayor éxito.
Ya podemos intentar definir cortoplacismo: es aquel conjunto de acciones encaminadas a maximizar los beneficios a corto plazo con desprecio total de las consecuencias que haya a largo plazo. Corto plazo: tres meses, un año. Largo plazo: cuando, según Keynes, estamos todos muertos.
Parece todo ello una perogrullada. Y lo es, en cierto modo. Lo que quiero es resaltar el daño que el cortoplacismo puede provocar en las empresas en que invertimos. Cómo es preferible que los directivos de las mismas adopten una perspectiva a largo plazo (toda la vida), por ejemplo invirtiendo su patrimonio en la compañía. Asimismo, los que invertimos a través de fondos de inversión, también podemos otear el mercado de fondos, para buscar a aquellos gestores capaces de tener una visión más allá de un futuro inmediato. Y eso no es tan fácil: la presión por los resultados es muy fuerte.