Estimado @emf23,
Le agradezco que comparta con nosotros sus inquietudes pues con ello nos invita a detenernos a reflexionar.
Sinceramente, poco tengo que añadir a los consejos o experiencias que han compartido con usted otros compañeros de inquietudes, aunque por la deuda infinita que poseo con este foro y la identificación que siento con usted, le daré algunas pinceladas de mi experiencia personal y trataré de ponerme en sus zapatos para sugerirle algún consejo práctico, por si acaso no se le hubiera ocurrido ya a usted ,y pudiera resultarle de alguna utilidad.
Les ruego me disculpen por lo que de batallita personal tendrá mi respuesta y por su extensión probablemente excesiva con respecto al valor de su contenido.
En primer lugar, aún sin conocerle, me aventuro a decirle que alguien que hace referencia al “famoso” Ikigai japonés, al estoicismo, budismo, minimalismo, movimiento FIRE…no anda muy perdido o al menos no en mayor medida que el resto de seres humanos, incluidos los grandes sabios de todos los tiempos.
Una máxima del budismo es que “La reflexión es el camino hacia la inmortalidad; la falta de reflexión, el camino hacia la muerte.”, por lo que diría que usted está MUY VIVO.
Aunque el contenido no aporte nada relevante (y bien haría en saltárselo), me atrevo a compartir un post que escribí cuando rondaba su edad en un blog personal donde me desahogaba por aquel entonces, con la única intención de mostrarle cuan habitual es el desasosiego como compañero de viaje para aquellos que tratamos de buscar un propósito para nuestras vidas.
No he encontrado jamás verdad más impactante que las reveladoras palabras de Pablo Neruda “Algún día en cualquier parte, en cualquier lugar indefectiblemente te encontrarás a ti mismo, y ésa, sólo ésa, puede ser la más feliz o la más amarga de tus horas”
Como si desde mi niñez estuviera esperando la llegada de ese día, desde bien pequeño no escatimé esfuerzos por cumplir con todo lo que esperaban de mí. Me aplicaba por ser un alumno excelente, leía todo lo que caía en mis manos, tenía un apetito insaciable por aprender. Quería ser un buen hijo, una buena persona, soñaba con cambiar la vida de las personas, admiraba profundamente a Gandhi, Séneca, Buda…, deseaba parecerme a ellos, fundar una ONG, luchar contra las injusticias, ser admirado por mi familia, ser un sabio…
Una infancia compleja, viviendo en un barrio calificado de “marginal”, en una familia muy humilde y marcada una relación tormentosa entre mis padres, dejó una huella imborrable que contribuiría a hacer de mí un niño introvertido, soñador, refugiado en la lectura como vía de escape a una realidad que me apesadumbraba.
Con la adolescencia, aparque por inabarcable la idea de cambiar el mundo, y haciendo mío el lema “piensa en global, actúa en local” decidí que había mucho que mejorar a mi alrededor. Durante años milité activamente en un partido político, formé parte de la ejecutiva, organicé actos, coordiné campañas… De nuevo soñaba con mejorar la vida de la gente, con ser un gran dirigente, y así, pasaba largas horas divagando sobre como transformar mi pueblo…
Convencido de que la educación resultaría una gran aliada en mi tarea de cambiar la sociedad, y entusiasmado con llevar a la práctica nuevas formas de entender la educación, terminé Matemáticas y me lancé con ilusión al reto de ser profesor. Preparé con mimo las oposiciones, pasaba horas y horas elaborando los temas, mi programación, mi exposición, sin agotarme porque sentía que merecía la pena. Recuerdo la frase con que terminé mi exposición ante el tribunal: “Para mí, ser profesor no es solo una forma de ganarse la vida sino de ganar la vida de otros”
Colmado de ilusión comencé mi camino como profe. Cada alumno se convertía en un reto para mí, entusiasta de la consigna ”Dime y lo olvido, enséñame y lo recuerdo, involúcrame y lo aprendo” me afanaba por conectar con ellos, persuadirles de la importancia de la educación para su futuro, de que estar bien formados era el mejor camino al éxito. Vivía con extrema decepción cada suspenso, me dolía cada expulsión, y cada abandono se tornaba en un fracaso personal.
No solo ambicionaba mejorar la realidad política, no me bastaba con dirigir los pasos a mis alumnos, quería cambiar a mi familia, que dejaran de dar voces, que redujeran el consumo de luz y agua, que reciclaran, que compartieran mis ideas políticas… Anhelaba que mi relación de pareja fuera perfecta, en definitiva que todo se ajustará a unos ideales que para mi eran los más bellos y justos del mundo.
Deseaba viajar por todo el mundo, conocer todas las culturas posibles, todas las gastronomías y me asfixiaba si estaba un mes seguido en casa.
Jamás lograba estar satisfecho del todo, excesivo en mis exigencias con todo el mundo y sobretodo implacable conmigo mismo. Como es lógico, el resto de los mortales no aceptaban siempre de buena gana adaptarse a mi visión del mundo ideal. Discutía con mis padres, con mi hermano, con mi pareja, me desencantaba con la política… acumulaba por igual éxitos personales y frustraciones. Después de grandes euforias, llegaban enormes vacíos.
Paso a paso, dejé de luchar contra el mundo y decidí lanzarme a la ardua tarea de ser yo el cambio que deseaba ver en los demás.
Traté de no juzgar a las personas por las primeras impresiones, de abandonar aquellas rencillas enquistadas de las que ya no recordaba los motivos que las provocaron.
Comprendí que a la mayoría de las personas no les agrada que les “empujen” ni siquiera hacia el que tu consideras que es el “buen camino”.
Aprendí que olvidar es muy sano y reparador y tras mucho buscar, encontré en mí mismo a la persona que debía hacerme feliz el resto de mi vida.
Dejé de tener miedo a los silencios incómodos, entendí que a veces la soledad es la mejor compañía y que la amistad verdadera perdura incluso en la distancia.
Aprendí a trabajar en función de mis necesidades y no a hacer del trabajo una necesidad.
Entendí que en numerosas ocasiones “menos es mas”.
Rara vez me he visto tan diestramente reflejado como en el epitafio que reza en la tumba de un obispo anglicano:
“ Cuando era joven y mi imaginación no tenía límites, soñaba con cambiar el mundo. Cuando me hice más viejo y sabio, descubrí que el mundo no cambiaría. Entonces restringí mis ambiciones, y resolví cambiar a mi país. Pero el país también me parecía inmutable. En el ocaso de mi vida, en una última tentativa, quise cambiar a mi familia, pero ellos no se interesaron en absoluto. En mi lecho de muerte, por fin, descubrí que si hubiera empezado por corregir mis errores y cambiarme a mí mismo, mi ejemplo podría haber transformado a mi familia. El ejemplo de mi familia tal vez contagiara a la vecindad, y así yo habría sido capaz de mejorar mi barrio, mi ciudad, el país y ¿quién sabe? cambiar el mundo”
Durante años estuve apuntando citas de aquí y allá en un cuaderno, muchas de las cuales guardan relación con esta búsqueda del propósito.
“Tu propósito en la vida es encontrar un propósito, y entregar a él todo tu corazón.”
“Apasionadamente, haz hoy lo que debe ser hecho. ¿Quién sabe? Mañana, la muerte se aproxima”
“La felicidad no depende de las cosas exteriores, sino de la forma en que las vemos.”
“Cuando un velero no sabe a que puerto se dirige, ningún viento es el adecuado”
“Ninguna persona tiene el poder de tener todo lo que quiere, pero está en su poder no querer lo que no tiene, y poner alegremente en buen uso lo que tiene”.
“Ninguna pérdida debe sernos más sensible que la del tiempo, puesto que es irreparable.”
“El propósito de la vida es una vida de propósito”
“La vida nunca se vuelve insoportable por las circunstancias, sino sólo por falta de significado y propósito.”
“La persona que conoce el “por qué” de su existencia, podrá soportar casi cualquier “cómo”.”
“No es la muerte lo que un hombre debería temer, pero debería temer nunca comenzar a vivir.”
Siendo un apasionado del estoicismo y las filosofías orientales y compartiendo las ideas que se derivan de las citas mencionadas y los valiosos consejos que le han proporcionado los ilustres miembros de este foro, quisiera proceder, en una dirección ligeramente diferente y concluir con el atrevimiento de proporcionarle alguna idea más práctica que esta extensa divagación. En este sentido mi pequeña aportación se podría resumir en que:
La mayoría de los mortales no somos superhéroes, místicos o grandes pensadores, ni es necesario serlo para tener una vida plena llena de sentido.
El excesivo foco en dotar de un sentido a todos nuestros actos, en buscar “el propósito” puede irónicamente llegar a ser una de nuestras mayores fuentes de insatisfacción.
En ocasiones, la interpretación del concepto de “aceptación” propio del estoicismo, budismo y otras filosofías se asemeja en demasía, de forma errónea en mi opinión, a “resignación”.
Citar a Séneca, Marco Aurelio, Tolstoi, Montaigne, Buda, Victor Frankl, Charlie Munger…es enriquecedor y leerlos tranquilamente en un jardín puede resultar reconfortante, pero coincidiremos en que la mayoría de los mortales no somos Séneca ni Buda, por lo que sus enseñanzas bien pueden resultar frustrantes y su vidas abrumadoras si las tomamos como unidad de medida de las nuestras.
Beber de las gotas de sabiduría de los clásicos puede calmar la sed, pero quizá, igual que Don Quijote enloquece después de haber leído demasiadas novelas de caballería, corremos el riesgo de que un exceso de embriaguez nos perturbe hasta resultar incluso contraproducente.
Al parecer, el gran pensador León Tolstói anduvo buena parte de su vida buscando el sentido de la misma y en esta búsqueda pasó por épocas de gran desasosiego. Quizá una de sus máximas mas polémicas fue que “El único conocimiento absoluto que puede alcanzar el hombre es que la vida no tiene sentido”.
Michael de Montaigne dijo “Yo no me encuentro a mí mismo cuando más me busco. Me encuentro por sorpresa cuando menos lo espero” y Confucio que “La vida es simple, pero insistimos en hacerla complicada.”
Por otra parte, no deja de resultarme llamativo que tras haber dedicado miles de horas a leer y reflexionar sobre la obra y vida de estos grandes personajes, cuando busco unos referentes en mi vida, alguien a quien deseara parecerme, acuden a mi mente mi tío Manuel y mi tita María, agricultor y costurera, ambos sin formación académica pero cuyas vidas y sabiduría callada ejemplifican, como nadie que haya conocido, las enseñanzas que emanan del estoicismo y otras filosofías mencionadas, mi ideal de vivir dignamente y con plenitud.
Es habitual, sobre todo entre los que somos asiduos del estoicismo, abrazar la idea de que “El secreto de la felicidad no es hacer siempre lo que se quiere, sino querer siempre lo que se hace.”, que la serenidad reside en “hacer lo que hay que hacer”. Sin embargo, estoy de acuerdo con usted en que “existe una línea muy delgada entre algo positivo, que sería aprender a disfrutar incluso de aquello que no nos entusiasma, y algo negativo como la resignación a no buscar un camino mejor”.
Creo que es erróneo, confundir estoicismo con resignación y es posible que a veces “hacer lo que hay que hacer” conlleve precisamente, que pese a “aceptar” tus condiciones actuales lo mas sabio es tomar determinaciones para cambiar determinados aspectos de tu vida. Flexibilidad radical, para adaptarse cuando es lo más conveniente y cambiar de rumbo cuando se estima necesario.
De lo que usted relata, parece manifiesto que el aspecto de su vida que más pesar le causa es el laboral y el sentimiento de falta de impacto o aporte de valor de sus acciones. En este sentido, creo pertinente citarle a Taleb y a Viktor Frankl, cuya obra “El hombre en busca de sentido” recomiendo encarecidamente a quien aún no la haya leído.
Dice Taleb que “El trabajo destruye tu alma invadiendo furtivamente tu mente durante las horas no gastadas oficialmente trabajando; se selectivo respecto a las profesiones.”
“Si pudiera predecir cómo será mi día, me sentiría un poco muerto."
Según Viktor Frankl “El vacío existencial se manifiesta principalmente en un estado de aburrimiento”.
Cuando tras siete años en un puesto de trabajo y sin haber cumplido ni tan siquiera la treintena uno siente que su profesión no le llena, que se aburre en ella, que no aporta valor, puede ser sabio cambiar de enfoque, recurrir a la aceptación estoica y aprender a “querer siempre lo que se hace”, pero hace bien en valorar si no es igual de sabio actuar con determinación para corregir el rumbo.
Afirmaba también Frankl que “Cuando ya no podemos cambiar una situación, tenemos el desafío de cambiarnos a nosotros mismos”, enseñanza tremendamente valiosa para sobrevivir en un campo de concentración nazi y otras situaciones que escapan a nuestro control, ¿pero acaso es este el caso en la mayoría de las situaciones que se nos presentan al común de los mortales? ¿No posee usted la capacidad de tomar decisiones para cambiar dicha situación? Creo que, salvo en ciertas situaciones extremas, son las decisiones que tomamos, no las condiciones, las que determinan quiénes somos.
Le aconsejo abordar su situación laboral desde este doble enfoque, aceptación estoica de las condiciones actuales pero determinación activa para cambiar dicha situación.
Puede comenzar con introducir pequeños cambios en su día a día, ¿hay algún tema del que disfrute usted conversando, que le haga sentir que el tiempo pasa volando? Afánese por encontrar al menos un compañero/a en su oficina con quien comparta ese interés y haga que la pausa para el descanso sea un momento deseado de desconexión y grata interacción social.
¿Siente que su trabajo es demasiado exigente en tiempo? Haga partícipes a sus jefes de su abatimiento, es poco probable que pueda reducir su jornada laboral de diez a cuatro horas diarias pero igual es factible conseguir salir tres horas antes el viernes y poder dedicarse, si lo desea, a una de esas actividades que le hagan sentir más pleno. En el peor de los casos este atrevimiento puede costarle su puesto de trabajo, pero la idea de trabajar durante varias décadas para alguien que es insensible a la frustración de sus empleados no me parece mas halagüeña, y en dicho escenario “fatídico” dispondría usted de un tiempo considerable de prestación por desempleo para “ajustar las velas”.
“Dentro de veinte años estarás más decepcionado por las cosas que no hiciste que por las que hiciste. Así que suelta las amarras. Navega lejos del puerto seguro. Coge los vientos alisios en tus velas. Explorar. Sueña. Descubre.” — Mark Twain
Le recomiendo eso sí, que tenga sumo cuidado en no idealizar otras profesiones o dedicaciones, incluso las que le puedan parecer mas vocacionales o altruistas pues por mi experiencia, todas conllevan el pago de un cierto precio. Personalmente, paso muy a menudo por esas fases en las que siento que mi trabajo carece de sentido, siendo fíjese usted, profesor vocacional. Durante un breve periodo estuve obsesionado en cierta medida con la idea de la independencia financiera y la posibilidad de abandonar la enseñanza para ser asesor financiero.
Indagar en los sinsabores que esta profesión puede acarrear, conocer las experiencias no tan agradables ligadas a ello, el peso de la responsabilidad de gestionar dinero ajeno, la dificultad de tratar con los partícipes en momentos difíciles, las dudas sobre tu propia capacidad…me fue útil para abordar esta posibilidad de una forma más serena. Con este nuevo enfoque pude encontrar caminos intermedios, como promover una asignatura de educación financiera en mi centro, publicar un blog o aportar valor a mis allegados compartiendo con ellos mis reflexiones sobre finanzas o filosofía, siendo obsequiado por ello con algunas de las conversaciones más interesantes que he mantenido en mi vida.
En cuanto a la IF, además de este proceso de indagación en los costes ocultos de una situación que a priori puede parecer ideal, fue la paternidad la que puso fin paradójicamente a la ansiedad por alcanzarla. Durante los tres primeros años de vida de mi pequeño reduje mi jornada de trabajo, y con ello mi sueldo, en un tercio y pese a la merma de ingresos que supuso no me cabe duda de que ha sido la mejor inversión que he realizado hasta la fecha.
Coincido en la idea de que aportar valor a los demás, sobre todo si es de forma desinteresada (si es que esto es posible) es una de las mejores formas de llenar de sentido nuestra vida. Concluyo, POR FIN, citando de nuevo a Viktor Frankl:
“El significado de mi vida es ayudar a otros a encontrar significado en las suyas.”
“El éxito, como la felicidad, es el efecto secundario inesperado de la dedicación personal a una causa mayor que uno mismo”.
“En última instancia, vivir significa asumir la responsabilidad de encontrar la respuesta correcta a los problemas que ello plantea y cumplir las tareas que la vida asigna continuamente a cada individuo”.