La llamada teoría de la minifalda es una curiosa analogía que algunos analistas o comentaristas financieros utilizan para ilustrar, de manera más anecdótica que científica, la relación entre la moda y el comportamiento del mercado bursátil. Según esta teoría, cuando las minifaldas se vuelven más cortas y populares entre las mujeres, suele coincidir con periodos de bonanza económica y alzas en la bolsa de valores. En cambio, cuando las faldas se alargan y las mujeres tienden a cubrirse más, se asocia con etapas de crisis, recesión o pesimismo económico.
Esta idea se apoya en la noción de que los ciclos económicos se reflejan también en las tendencias culturales, incluyendo la moda. Por ejemplo, durante los felices años veinte, o en la efervescente década de los sesenta, se popularizaron las minifaldas, coincidiendo con un crecimiento económico notable. En cambio, en tiempos de recesión, como la Gran Depresión o durante ciertos periodos de crisis petroleras y financieras, la ropa femenina tendía a volverse más conservadora y recatada. Una explicación complementaria es que el precio elevado de la seda para fabricar medias hacía que, en épocas de carestía, muchas mujeres optaran por cubrir más sus piernas, ya que resultaba más económico que adquirir prendas más ligeras o reveladoras.
Sin embargo, esta teoría no tiene una base científica sólida y se considera más una curiosidad sociológica o una metáfora visual del sentimiento de los consumidores y del ánimo colectivo. No se usa para tomar decisiones reales de inversión, pero ilustra cómo los aspectos culturales pueden estar relacionados con el estado de ánimo económico de una sociedad.
Desde otro punto de vista complementario, se puede considerar que la forma de vestir refleja el optimismo, la libertad y la alegría de una época determinada. Cuando una sociedad está más relajada, segura de sí misma y con una visión positiva del futuro, estas emociones se proyectan en la moda, adoptando estilos más atrevidos, creativos o reveladores. En ese sentido, las minifaldas no serían tanto un indicador directo de la bolsa, sino un síntoma del estado emocional colectivo, que a su vez puede influir en el consumo, la inversión y la actividad económica.
Por lo tanto, aunque esta teoría no es más que una anécdota curiosa, invita a reflexionar sobre cómo los comportamientos sociales, la cultura popular y el mercado financiero pueden estar interrelacionados de formas inesperadas.