Si Ud. tiene miedo de eso es porque en su interior sabe, perfectamente, que no lo ha educado correctamente. Y eso que a Ud. le veo posibles, intelectuales, morales y monetarios.
Pero tiene una solución, haga lo que le digo. Acostúmbrese una vez cada quince días a invitar a su pareja y a su hijo a un restaurante cuando comience a ser talludito, ha de ser de los buenos en cocina de su abuela y la mía, pero sin tonterías, sobre todo sin tonterías, le será difícil encontrarlos, pero están, sobre todo por el norte. A su gusto.
Escoja por él. Explíquele sin exageración, en rápido comentario, que esas judías y ese chorizo, así estofadito, están cojonudos, así, cojonudos, que los pruebe, que le gustará.
En su defecto, vamos a por lo sencillo pero con base, ese medio chuletón, no vamos a exagerar la nota, Ud. se zampa el otro medio, acompañado de unas sencillas patatas fritas, todas agra, si quiere más aderezo coloque unos finos espárragos fritos en su punto. Sobriedad, aquí el milagro reside en el producto.
En materia de vinos Ud. valorará en función de la edad. No cometa el error de escoger un vino caro, en precio de restaurante no sobrepase nunca los 25/30 euros. Sencillos, incluya los blancos en su caso. Explíquele lo que quiera, Ud. sabrá de vinos mucho más que yo, pero lo primero que le ha de señalar es que el vino requiere, además de paladar y tener buen gusto, de un cierto ritual, pero nuevamente sin tonterías, si es posible acompañado, pues una botella está diseña para compartirla, cuatro copas generosas, y que ello es lógico, dos para cada uno, no debe haber tercera, acorchada la boca por el alcohol, no se aprecia el caldo.
Y así, poco a poco, calculo que en unos diez años, con constancia semanal, repite Ud. y su pareja con su hijo el mismo ritual, es el tiempo necesario para darle un vistazo a un cuarto del recetario que utilizaban nuestras abuelas. Diversifique cual inversión, ha de tocar todos los palos y en platos, primeros, segundos y si se tercia, terceros. Y las sopas. No olvide el postre, últimamente veo que no se toman, no se aprecian.
Que es lo que le puedo asegurar que conseguirá si sigue mi consejo:
a) Su hijo se alimentará en su día como pueda y, pudiendo, como le de la real gana. Eso sí, tiene Ud. un eterno consuelo si no sigue sus consejos y por una doble vía: su hijo, duele decirlo, no es merecedor de los condumios de nuestras abuelas, no se esfuerce, no tiene cura, pero ¡anímese, hombre! Ud. ha comido decentemente, eso es seguro, un día de cada semana los últimos diez años. No me negará que el asunto pinta bien.
b) Ud. habrá aumentado de peso en esa década unos veinte quilos. No tiene la más mínima importancia, no se castigue innecesariamente.
c) Su pareja habrá aumentado de peso en esa década unos veinte quilos. Aquí la importancia se la dejo a su criterio, el mío ni le conviene ni le interesa.
d) Su hijo será un robusto y sano mocetón que, aun habiendo nacido en las Alpujarras, todo el mundo le preguntará “si es del mismo Bilbao”.
El día que su hijo sea independiente, ni se le pasará por la cabeza invitarle a un McDonald conociendo sus gustos. Aquí reside el único defecto de mi método, pues con independencia o sin ella, en el defecto da lo mismo, puede que su hijo se haya mal acostumbrado de que siempre page Ud., tenga cuidado, se por experiencia propia que cuesta mucho desengancharse y, aún más, rehabilitarse abonando una ronda con total normalidad. A Ud. lo considero listo y por ello no he de dudar de él. Sea educadamente cauteloso, aquí la sobriedad es un punto.
Le deseo a Ud. y a todos mucha suerte.