Originalmente publicado en: https://blogs.masdividendos.com/reflexiones-aleatorias/2020/12/11/el-ultimo-reducto-de-la-libertad-individual/
Uno de mis comentaristas económicos favoritos durante la crisis era PPCC, iniciales que responden a Pisitófilos Creditófagos, nick que resumía a la perfección la etiología de la burbuja inmobiliaria española. PPCC no tenía un sitio fijo (aunque algunos usuarios de la web burbuja.info estuvieron recopilando todas sus intervenciones en la red en un blog), se instalaba en diversos sitios y en algunos lo toleraban mejor que en otros. Estuvo un tiempo en el blog de Hódar y la cosa acabó como el rosario de la aurora (con acusaciones cruzadas, siendo la de PPCC que Hódar había puesto en marcha investigaciones para desvelar su identidad), luego estuvo en el de Manuel Conthe (también en Expansión) con el que convivió pacíficamente y hacia 2013 acabó recalando en el blog de Lacalle en El Confidencial.
Con Lacalle tuvo agrias polémicas unidireccionales (porque Lacalle nunca contestaba). Posiblemente fuera el anfitrión cibernético con el que mantenía mayores discrepancias ideológicas. Llegó un momento en que los comentarios vitriólicos que le dedicaba al que estuvo a punto de ser el señor Ministro de Economía del Reino de España (nada menos) eran dignos de disfrutarse con un cartucho de palomitas en mano. PPCC sabía dónde pegar: tachaba a Lacalle de Keynesiano (en su vertiente fiscal por su afán de estimular la economía rebajando impuestos), también le acusaba de preconizar el estajanovismo piramidal, sistema donde las masas se desloman trabajando por cuatro chavos con la esperanza de algún día alcanzar el premio de la bonoloto laboral (sobrenombre que utilizaba para describir los extravagantes sueldos de los directivos de las grandes empresas) y de hacerse histriónicamente el facha para que así los ricos se fiaran de él y le dejaran gestionar sus dineros. En una de las últimas intervenciones que le recuerdo, PPCC afirmó que Podemos, salvo por las sandeces que dice en materia de economía, era un partido necesario para defendernos de gente como Lacalle que, de acabar implantando sus políticas, convertiría a nuestros hijos en esclavos. Así, según PPCC, el empleo público era en España el último reducto de la libertad individual.
Por circunstancias de la vida, en 2013 acabé de empleado público, de profesor de secundaria concretamente. Al ver venir la crisis a cámara lenta tuve tiempo de preparar varias alternativas y al final no salió el plan B, ni el C, sino el D. La enseñanza pública fue mi refugio mientras llovía fuego y azufre sobre Sodoma. Allí encontré todos los elementos para curarme de las crisis personales y profesionales que había ido encadenando prácticamente desde que empecé a trabajar: compañeros con cultura (con los que mantuve algunas de las conversaciones más interesantes de mi vida), un ambiente de trabajo donde no hay competencia entre iguales, la práctica ausencia de jefes, la posibilidad de conciliar, LAS SIESTAS de cada tarde, la posibilidad de disponer de tiempo para hacer deporte y disfrutar de las aficiones, y fundamentalmente el cariño mayoritario de los alumnos (que es una experiencia de lo más adictiva). Lo que más me gustaba era el cosquilleo que uno sentía a la vuelta de las vacaciones de Semana Santa, cuando llegaba el buen tiempo, los días largos y comenzaba la cuenta atrás para las largas vacaciones de verano.
A los cuatro años pude regresar a la empresa privada a tiempo completo y a regañadientes tuve que renunciar a esa vida tan plácida, forzado en parte por los costes hundidos de mi formación y trayectoria que yo mismo me recordaba (La parábola de los talentos martilleando mi mente). El día que fui a presentar mi renuncia al instituto en que iba a trabajar aquel año, donde estaban los compañeros preparando con ilusión el comienzo del nuevo curso, fue uno de los más deprimentes de mi vida.
Con todo lo que me meto con Naval, al que califico de vendemotos y de Paulo Coelho del mundo de los negocios, resulta que de vez en cuando dice verdades como puños como la de “A taste of freedom can make you unemployable”. Eso es así, fundamentalmente porque cuando has conocido otras realidades y sabes que siguen ahí esperándote, ya no aguantas tonterías de nadie. Las reuniones inacabables, los eventos corporativos absurdos, el estúpido networking, las evaluaciones de desempeño, el quedarse media hora cada día leyendo el Marca para no irte antes que el jefe, todas esas mezquindades cotidianas se vuelven tan irritantes que no las soportas. Porque, seamos francos, por lo general (salvo honrosas excepciones) el trato de las empresas hacia sus empleados en España deja mucho que desear. Estamos en un país que aúna la plusmarca de paro juvenil con prejubilaciones masivas en las grandes empresas a partir de los cincuenta y pocos. Donde la pensión mediana es superior al salario mediano gracias a la actitud canibalizadora hacia sus descendientes de la generación langosta (de la que hay suficiente material como para escribir una entrada aparte). El día que vi cómo ponían en la puñetera calle con 52 años a un compañero por razones que los jefes aún no han sabido explicarme, decidí que un servidor (como afirmó Buffett sobre Berkshire, en una de las cartas anuales) jamás iba a depender de la amabilidad de extraños.
Este año con el confinamiento me he dado cuenta de varias cosas: de lo feliz que soy en mi casa, de lo mucho que se benefician mis hijos del tiempo que les dedico y de que, cubiertas ciertas necesidades básicas, no tiene sentido intercambiar tiempo por dinero. Pensé que no vale la pena perseguir un mañana que se arrastra con paso mezquino, porque, como dijo el bardo de Stratford, todos los ayeres han alumbrado a los necios el camino a la polvorienta muerte.
Con el inicio del año escolar comencé una nueva vida, revestida de la ilusión inaugural que siempre han traído los comienzos de curso. Aún no he sido capaz de desvincularme por completo de las legacy activities, pero ahí ando sin prisa pero sin pausa, esperando poder estar libre del todo para cuando vuelva el canto de las golondrinas.
P.D.: A ver cómo se concilia esto con lo de La IF de los Cojones. “¿Que yo me contradigo? Pues sí, me contradigo. Y, ¿qué? (Yo soy inmenso, contengo multitudes).”