Son varias veces, nunca suficientes, las que se ha repetido ya a lo largo del hilo la conveniencia del deporte, de la alimentación, de la obtención incesante de conocimiento, de la reserva de un tiempo —este el más sagrado— para la familia, para los amigos, etc.
Por mi parte, quería aportar mi granito de arena al hilo contando que en 2016 me animé a comenzar a estudiar una carrera, que felizmente estoy acabando este año 2023, a pesar de lo duro que ha resultado compaginarla con trabajo y familia (vivo con mi mujer y un hijo que nació durante el estos años de estudio).
En el pasado, cuando llegó el momento de hacerlo, después de acabar COU, problemas personales hicieron que me sintiese incapaz y desde entonces continué viviendo con la frustración de no haber ido a la universidad. Una frustración que no tiene por qué ser universalizable, pero que era la mía; con el agravante de no haberlo conseguido por culpa de lo que entendía que había sido una cobardía, una falta de afrontamiento de aquellos problemas.
El caso no es tan extraordinario, y haber concretado cuál fue mi objetivo solo ha sido para intentar añadir capacidad explicativa al relato.
Lo más importante para mí es poner sobre el tapete aquello de que “nunca es tarde si la dicha es buena”.
Desde hace años, eso que ha venido a llamarse “la industria de la felicidad” ha convertido algunos lugares en excesivamente comunes. Tanto, que hasta decir que son lugares comunes se ha convertido en un lugar común. Se encuentra entre ellos el que reza que “Si persigues tus sueños, se harán realidad”. Esta es la forma más dulcificada de expresar algo que no por llegar a ser aborrecible, deja de contener un germen extraordinariamente aprovechable. Aún hoy, y siempre.
No sé si a ustedes les sucede. A mi alrededor no dejo de escuchar cómo la ausencia de esfuerzo y de trabajo en pos de objetivos se justifica con una presunta falta de talento, con una presunta edad ya para entonces excesivamente avanzada, con una presunta falta de tiempo, etc. Después, los informes de uso de los smartphones arrojan datos escalofriantes sobre tiempo de estancia en redes. Muchos de quienes se quejan de falta de tiempo consumen una o dos series por semana y no se pierden ni un “Chiringuito de jugones”. El problema, por supuesto, no es consumir lo que cada uno quiera, sino la contradicción dentro del marco de una queja.
Sé que todo ello son excusas porque estoy bien seguro de ser una persona totalmente normal y corriente, no mejor dotada que la mayoría ni para el objetivo que me planteé, ni para ningún otro.
La verdad, creo, en la mayoría de ocasiones, es que no nos da el resuello ni para aguantar una dieta durante una semana, y preferimos contarnos mentiras personales, en realidad mucho peores, como que no tenemos talento, o como que ya hemos llegado tarde para conseguir un trabajo que nos realice más, o tarde para tener un buen físico, o para lo que sea.
Verdaderamente, lo que no tenemos son ganas. Qué motivo tan liso y llano y fácil de entender y hay que ver cómo distorsionamos el pensamiento, para justificar no sacarnos esas espinitas que muchos de nosotros llevamos clavadas. No tenemos ganas de estar días, semanas, meses, puede que años, quizás toda la vida, pagando el precio de lo bueno de verdad, que suele ser alto. Y lo digo aquí con la boca pequeña, porque sé que pocos sitios deben ser más inadecuados para afirmarlo que entre ustedes, la gran mayoría ejemplos poco paradigmáticos de esa actitud.
Concluyo con una anécdota deseando no haberles aburrido, cosa difícil:
Hace muchos años tuve la suerte de coincidir con un monitor de gimnasio muy culto, que me dio muy buenos consejos. Una vez, me contó que alguien recién inscrito le había preguntado cuánto tardaría en tener un cuerpo “de gimnasio”. Él había respondido que no menos de seis años. El otro dijo: «Seis años es mucho». A lo que él respondió: «Los seis años van a pasar igual. La diferencia es que si entrenas, cuando pasen, tendrás ese cuerpo».
Si me lo permiten: en el caso de que deseen algo realmente, empiecen hoy.
Saludos.