Alguno de ustedes me pidió que compartiera mis sucedidos con los alquileres, me he puesto en marcha al leer un artículo,
que afirma: <<el porcentaje de personas de entre 30 y 44 años que viven de alquiler es del 34,07% y se espera que, dentro de cuatro años, en 2025, este ratio llegue al 40,33%. >>
<< El problema de acceso de los jóvenes se refleja en las estadísticas, ya que tan solo un 8,17% del total de hipotecas firmadas en 2021 corresponden a menores de 35 años, según Hippo.>>
Creo que alquilar a precio razonable es una necesidad social y un negocio rentable, además de ir descorrelacionado con la bolsa.
Hace unos años, en 1993, para ayudar a un familiar, adquirí el piso contiguo al que vivía. Lo hicimos mi ex y yo. Éramos jóvenes, atrevidos y felices.
Años después, 1999, menos jóvenes y poco felices disolvimos el condominio, y el vínculo. En el reparto esa segunda vivienda pasó a mi propiedad, la primera fue para ella.
Tras pasar un periodo de tristeza personal, en torno a año y medio, decidí que vivir al lado de mi ex era poco adecuado para mantener un buen nivel de salud mental, inicié la búsqueda y compra de otra vivienda. La adquirí y casi a la vez conocí a otra persona, con la que empecé a convivir al cabo de relativamente poco.
Para pagar la segunda vivienda preparé la primera para alquilarla, la dejé amueblada con lo básico. Acordé con una señora, que semanalmente iba a realizar algunas tareas domésticas, realizar una limpieza final a fondo. Iba algo ajustado de tiempo, ya que la tarde después de la limpieza irían las primeras visitas al piso.
Al no acudir con la puntualidad que la caracterizaba, llamé a su casa (ese invento en extinción: el teléfono fijo) y me dijo que no podía ir. Sudor frío, piso con restos de mudanza; ante la adversidad me crecí y con ayuda de fregona, trapos, escoba y posterior colaboración de mi reciente pareja, apliqué mis escasas habilidades de ese arte y las escasas horas a limpiar. Cuando faltaba apenas media hora para que llegaran las primeras personas, decidí rematar la faena con algo de psico-odo-toque: fregué el baño con agua y mucha lejía, vacié la fregona y vertí en su interior el resto de la botella de lejía, invocando al cerebro del reptil y los olores en la memoria.
Al llegar la primera cita descubrí que eran tres chicas, no recuerdo ya si una de ellas estudiaba y dos trabajaban, algo así, fue la primera y última visita, les gustó y se lo quedaron.
Me encantó cuando oí: ¡¡Que limpio está, mira como huele a lejía!!
Creo recordar que les pedí me dijeran cuanto ganaban y donde trabajaban, mi nivel de ignorancia era muy superior al ya elevado nivel actual. Y además salió bien.
¡¡Mi primer alquiler¡¡, ingresar sin trabajar, me pareció un sueño.
Un piso pagaba el otro, yo había aportado el 20%, más gastos e impuestos.
Ellas fueron inquilinas durante años, si bien alguna se marchó, pero aportaba a su sucesora, yo redactaba y firmábamos un nuevo contrato, siendo una relación bastante fluida.
Recuerdo alguna avería eléctrica y que se estropeó la nevera, por cierto ellas pagaron la mitad y yo la otra mitad. Hicieron constar que esperaban no tener que pagar nada, pero pagaron. Yo les dije que seleccionaran ellas el modelo en una gran superficie cercana y así lo hicieron, encargándose de ello.
La última terna se llevaba mal entre ellas y temí que alguna decidiera quedarse en la casa por más tiempo después de finalizado el contrato, de común acuerdo y con un documento firmado por los cuatro. No fue así. No hubo problemas.
Los siguientes fueron un grupo de funcionarios recién entrados a la “res publica” y cuyo puesto de trabajo estaba a pocos minutos andando desde la vivienda.
Contraté que pintaran la vivienda y volví a alquilarla.
Al presentarse y para que les seleccionara como inquilinos, el piso se alquilaba por debajo de la media de la zona, me indicaron que ellos nunca dejarían de pagar, que no se lo permitían en su trabajo. Ignoro si es cierto, desde luego fueron pagando con regularidad.
Análogamente a las tres inquilinas iniciales estos se fueron marchando, siempre aportaban a un nuevo inquilino, iban logrando destinos en otras ciudades, este periodo fue aun más largo que el anterior, en esta “racha” fueron todos hombres, supongo que para equilibrar.
Según me contaron, iban a dormir al piso, no cocinaban y los fines de semana se iban fuera. La vivienda en mi opinión sufrió poco desgaste, por parte de sus habitantes.
Ya no es mío, por lo que emplearé el pasado, era un piso primero, tres habitaciones, baño y cocina. Situada en un barrio que ha mejorado mucho con los años, el transporte inicialmente era una única línea de autobús.
Lo adquirimos con una hipoteca al 15%, eran otros tipo y otros tiempos; y que pagamos todo lo aceleradamente que fuimos capaces. Si hacen cálculos, con esos tipos, en una hipoteca a veinte años, se paga en torno al 5% del capital en 5 años. Nuestra mejor inversión en ese momento creímos que era pagar anticipadamente.
Bueno, debimos ser bastante hormiguitas, en el reparto yo recibí además del piso y su deuda, me hice cargo de la hipoteca pendiente, una parte de un fondo de inversión, creo que un FIAMM, del que te daban un talonario de cheques, para que pagaras con él, en vez de a través de la cuenta corriente.
Por fortuna y evolución de la vida pasó a tener metro en la misma manzana, sin tener que cruzar ninguna calle, levantaron alrededor un centro comercial y algo más lejos una gran superficie. Siendo un primero está en la “cima” de un cerrete urbano y desde su balcón se ven los tejados de las viviendas de alrededor, cuartas plantas. Ese cerrete se ha convertido en parque, el entorno está bien.