Escribí ese texto hace diez años, y estoy en la misma situación que entonces, como el amigo Warren, siendo incapaz de predecir nada. Ya saben que las predicciones nos dicen mucho sobre quien predice y nada sobre el futuro.
—Como bien sabe, estamos en una profunda crisis económica. ¿Cuándo calcula usted que acabará?
—Pues… no lo sé. He vivido muchas crisis y nunca, nadie, que yo sepa, ha podido predecir, de forma que no sea meramente casual, el momento exacto de la recuperación; sólo el azar hace que, a veces, algunos gurús ocasionales brillen por unos días. No hay que olvidar que hasta los relojes averiados, y que están parados, dan la hora correctamente dos veces al día.
—¿Cree que la bolsa subirá en los próximos meses o habrá que esperar años para ver la recuperación de las cotizaciones?
—Pues tampoco tengo una opinión formada al respecto. No me preocupa el corto ni el medio plazo.
—¿Piensa que los niveles del paro y la crisis financiera han llegado a su máximo grado?… ¿Se devaluará el dólar?… ¿Qué opina de la evolución de los tipos de interés?
—Todas esas preguntas son incontestables para una persona mínimamente seria y responsable. Si alguien intenta anticipar la evolución de la macroeconomía se está engañando a sí mismo y, lo que todavía es peor, confundiendo a los demás. No podemos predecir lo impredecible, no debemos jugar a adivinos. Algunos «expertos», por el afán de justificar su sueldo, lanzan continuas previsiones y, si no se cumplen, no pasa nada; las modifican sobre la marcha y formulan nuevas opiniones, totalmente contradictorias con las iniciales, quedándose tan tranquilos. En julio de 2008, el precio del barril de petróleo Brent alcanzó los 144 $ y un equipo de «iluminados» predijo, siguiendo la tendencia alcista, que llegaría a los 200 $. A principios del 2009 su cotización se hundió hasta los 45 $. Esos mismos analistas afirmaron esta vez, con «brillantez» y «valentía» (amparándose en la mala memoria y buena fe de la gente), que el precio objetivo oscilaría en torno a un rango comprendido entre los 50 y los 150 $ el barril. Por el camino, ingenuos inversores se fían de esos «expertos analistas» y toman decisiones que pueden hacerles perder mucho dinero. ¿Por qué se empeñan en trabajar de adivinos? ¿Acaso temen que los despidan si no lanzan sus constantes cábalas al aire? ¿Cómo pueden predecir el precio del petróleo? ¿Saben cuál va a ser la demanda?**¿Saben si se van a encontrar nuevos yacimientos? ¿Saben si va a declararse una nueva guerra en Oriente Medio? ¿Saben si la OPEP va a limitar la producción? ¿Saben si los gobiernos de los países importadores van, o no, a desarrollar energías renovables? No os engañéis, no pueden contestar esas preguntas, sencillamente porque nadie puede y, consecuentemente, tampoco pueden adivinar qué sentido va a seguir el precio del oro negro. (Luis Allué Bellosta)