Originalmente publicado en: Nadie espabila en cabeza ajena. – Sobre la tormenta
Hace poco lancé un hilo con la cuenta de Twitter de +D, que por el contenido generó algo de debate. Tampoco mucho, pues el objetivo de la cuenta de +D es simplemente ser un apéndice de nuestra Comunidad y rara vez nos enzarzamos en enconadas discusiones. Twitter es bastante práctico para ciertas cosas, pero para profundizar sobre los temas, en mi opinión resulta más complicado que poder dar rienda suelta a los razonamientos en el foro. He creído conveniente por tanto crear este post para que podamos seguir debatiéndolo aquí en +D, no sin antes dejar claro que yo no tengo la verdad absoluta y que realmente estoy de acuerdo con la mayoría de puntos de vista. Hay tantos opciones válidas como padres, y este tema, como cualquier tema complejo, acepta múltiples enfoques que incluso siendo contradictorios son plenamente acertados.
Vaya por delante que si intentaré ser un poco polémico en algún punto, más por aquello de estimular el pensamiento contrario que porque tenga una opinión fuerte sobre el punto en concreto.
También es importante destacar que probablemente me encuentre en el percentil de los peores padres pues fallo más que una escopeta de feria en cuestiones bastante básicas, así que lejos de ver mis reflexiones como un pozo de sabiduría, espero lo reenfoquen con las lentes adecuadas y las lean como la experiencia de un señor que arrastra sus miserias y sus momentos felices como cualquier hijo de vecino.
El hilo en cuestión pueden verlo aquí:
Si tuviera que resumirlo en un titular, diría que no creo en la Educación financiera para los niños. Tampoco creo mucho en la de los adultos, pero ese es otro tema.
Escribo este hilo desde el respeto a quien piensa diferente y considera esto importante. Sólo una opinión.
La vida va de quemar etapas y de quemarse uno mismo para aprender que hay cosas que hacen daño. Personalmente me da igual que mis hijos no sepan lo que es el interés compuesto, o que se la traiga floja el dinero siendo niños. A mi me gustan los niños que sean niños y que hagan cosas de niños.
No quiero vivir a través de ellos, ni que sus éxitos sean los míos. Para hacerme feliz, me basto yo. No tengo la necesidad de condenarlos a vivir una vida que no me pertenece para sentirme yo realizado.
Me interesa que aprendan con el ejemplo. Que valoren las cosas, que sepan vivir sin marcas de ropa top, pero que respeten al que le gustan, que se frustren cuando no consiguen lo que quieren o que tengan que currar en casa para comprarse esa baratija de 1 €.
Me niego a enseñarles que para ser ricos tienen que pasarse gran parte de su vida chupando tapas de yogur, del mismo modo que me importa un huevo que de mayores no sepan si un vino tiene aromas de fresa y mora del Tibet, madurado en roble francés.
Me preocupa que mis hijos sean educados, amables, digan «por favor», «gracias» y que poco a poco vayan domando la parte de su cerebro reptiliano que les hace pegarle dos hostias al niño de al lado porque no les deja su juguete.
Me preocupa menos que le suelten dos hostias al abusón que se mete con los débiles, y aunque tengo que reñirles cuando lo han hecho, me enorgullece ver que son bravos y que no se dejan pisar, aunque su madre (con razón), me riña por ello.
Me preocupa que aprendan a tratar igual al que tiene mucho y al que tiene poco. Que nunca se sientan superiores porque hayan tenido éxito en la vida, pero tampoco inferiores porque no les haya ido todo lo bien que esperaban. Que sepan valorarse y valorar a los demás.
Me preocupa meterles en la cabeza conceptos financieros en una época en la que lo que realmente tienen que hacer es explorar, conocer y jugar. Me da igual que no sepan quien es un anciano que ha hecho mucho dinero y que realmente no se si es un avaro.
No me preocupa que no tengan tablets en casa, ni consolas, o artefactos digitales más allá de un móvil viejo que le dejamos al mayor de forma controlada los fines de semana. De esto no se podrán escapar, pero cuanto más tarde, mejor.
Me preocupa sin embargo que vean a su padre demasiado pendiente del móvil. Les podré dar la misa en verso que con lo único que se van a quedar es con lo que hago, no con lo que digo.
Me preocupa que sea extraño que mientras estamos comprando un sofá su madre y yo, la dependienta se sorprenda de que un niño esté leyendo un libro y lo vea como una rara avis. Haré sin embargo todo lo posible para que sigan infectados con el virus de la lectura.
Me preocupa que gurús de tres al cuarto le quieran vender una vida miserable para ahorrar cuatro perras. Me preocupa que le cambien una carrera de la rata por otra adornada con MSCIs World. Me preocupa también el extremo opuesto con yates y casas que no existen.
Ya tendrán tiempo de aprender y preguntarle a su padre si realmente tienen interés. Ojalá sin embargo antes pueda explicarles todo lo que hice mal en múltiples facetas de la vida para evitar que las repitan, aún sabiendo que no lo harán.
La vida es explorar, jugar y aprender. Son niños y el agua, queriéndolo o sin quererlo, siempre suele abrirse paso y acaba encontrando el mar.
Básicamente, mi punto es que en la vida, hay una etapa para cada edad y que ciertos conocimientos, si bien podemos tratar de embutirlos con la mejor de nuestras intenciones, pueden tener incluso un efecto contraproducente no deseado en los niños, produciendo un rechazo al ahorro/inversión durante parte de la vida de los mismos en un extremo, o una plasticidad cerebral no deseable, haciéndolos avaros en el otro.
Todos hemos tenido amigos a los que sus padres los educaron tan bien financieramente desde niños y conocían tan bien los entresijos del interés compuesto, que se las arreglaban para componer excelsamente su capital a costa de otros amigos cuyos padres apenas llegaban a final de mes, haciéndoles pagar la gasolina para que cogieran su coche que los otros más pobres lógicamente ni tenían, u olvidándose oportunamente la cartera cuando de pagar algo se trataba.
También quizá los habrán tenido que viviendo entre algodones desde bien pequeños y con muchos fondos invertidos a su nombre, una vez llegados a la edad suficiente para hacer uso del dinero, quemaban plata a dolor pasándose por el arco del triunfo el esfuerzo de sus progenitores.
Entre medias, lógicamente transcurre el mundo, y mi experiencia como niño-adolescente-joven de un barrio obrero periférico de la tercera ciudad de España, es que la mejor educación financiera era la que mamabas viendo actuar a tus padres para darte un futuro mejor, con muchas privaciones y poniendo sus necesidades hedonistas en puestos de descenso en la Liga de Maslow.
Quizá, hilando más fino, podría concluir que más que en contra de la educación financiera, estoy en contra del adoctrinamiento, cuya línea divisoria a veces es muy fina. Si además planteamos la educación financiera como algo más universal que se va a cultivar en las escuelas, siento ya el impulso de dos de mis protuberancias escalando hasta mi garganta dibujando una desagradable corbata. No se si me dan más miedo los podemitas, los austríacos, los keynesianos, los libertarios, los socialistas o los divulgadores crecepelescos que hoy y siempre proliferan como setas cuando se mueve plata en la sala.
Hilando todavía más fino, diría que muchos pasos antes de la educación financiera debería primar la Educación, así con mayúsculas, especialmente si lo que queremos es crear a hombres y mujeres con valores, en lugar de gilipollas engreídos que han sabido componer excelentemente su capital a costa de ser avaros y miserables.
Ser padre es el reto más complejo al que probablemente se enfrente un ser humano a lo largo de su vida. Los niños tienen una habilidad especial para reventarte todo lo que tenías aprendido y al menos en mi experiencia personal, ser padre va más de equivocarte poco, que de acertar mucho, cosa mucho más difícil de lo que puede parecer a primera vista.
Como todas las grandes masacres de la humanidad, todo empieza con las buenas intenciones que luego derivan en extraños moteles de carretera del pensamiento. Una de las tentaciones que tenemos los padres es vivir a través de nuestros hijos. Como yo no tuve equis, o no conseguí zeta quiero que ellos lo tengan.
Y esto que de inicio no es malo en si mismo, cuando nos lleva por inesperadas y pintorescas servidumbres si puede serlo.
Tengo dos hijos y cada uno de ellos tiene una personalidad muy diferente. Si ya es difícil creer que van a coincidir entre ellos siendo el fruto teórico del mismo 50-50 inicial, aspirar a que tengan tus mismas inquietudes por ser su padre me parece cuanto menos de una candidez importante.
Déjenme que lo exponga de un modo más contundente. Si uno quería ser ingeniero, gestor de fondos, pintor o malabarista y no pudo serlo, es su problema, sus hijos tienen el derecho a elegir lo que quieren hacer con sus vidas.
Otro argumento que me deja bastante frío es el de «Si yo supiera lo que se ahora hace veinte años, hoy sería millonario».
Permítanme una breve circunvalación para tratar este punto. Una de las conversaciones más trending topic entre los varones caucásicos en la treintena tardía residentes en el levante español cuando se han cascado tres botellas de garnacha de Calatayud es la de «Si yo hubiera sabido lo que se ahora en aquellos años de juventud …..» . Aderécenlo ustedes mismos con el nivel de intensidad etílica y lujuria que consideren…
Y no, amigos. Con todo el amor del mundo, esto es una soberana gilipollez.
Nadie espabila por cabeza ajena. No le puedes enseñar cosas que has vivido a quien no las ha vivido. Las decisiones tomadas en un momento determinado pudieron ser mejores o peores, pero se tomaron con el nivel de madurez del momento y probablemente le evitaron a uno algunos problemas importantes que le hubieran jodido literalmente la vida.
¿Sería uno el mismo si no hubiera metido la gamba? ¿Disfrutaría hoy de éxito en sus inversiones/vida profesional/sentimental/ponga-aquí-lo-que-le-de-la-gana si no le hubiesen dejado en algún momento de su vida la cartera/corazón/… hecha unos zorros?
Afinando más. ¿Se puede saber realmente lo que es el riesgo sin haberse quemado previamente?
Curiosamente una parte nada despreciable de los grandes inversores/empresarios han nacido y crecido en familias desestructuradas y su verdadero motor es que deseaban con toda la intensidad de su corazón no ser como fueron sus padres. Esto daría para otro escrito, pero es un melón que se tiene que abrir si realmente deseamos ver el mapa en toda su plenitud.
Lo dejamos aquí. Para la mayor parte de nosotros , nuestros hijos aprenderán de nosotros a través de lo que hacemos, más que de una educación financiera que probablemente para que puedan absorberla en toda su intensidad deberá llegar en el momento vital en que ellos realmente lo deseen. El día a día, la Historia, los libros de otras temáticas y un sinfín de oportunidades en las que hablemos tangencialmente de dinero con ellos, constituirán probablemente un buen sustrato para el aprendizaje, mientras tanto, dejémosles ser niños, y que aprendan el oficio de ser buena gente, que eso va mucho antes del oficio de componer el capital.