Originalmente publicado en: Manual de instrucciones para la vida – La navaja de Occam
Hace unas semanas descubrí un oficio, cuya existencia desconocía hasta entonces. Se trata del coach de vida. O sea, el entrenador para la vida, en lenguaje algo más castellano y sintácticamente correcto. Quizá en otros tiempos y otros contextos, el nombre adecuado podría haber sido algo así como consejero espiritual, psicólogo, anciano de la tribu o qué se yo, pero hoy, con nuestra enorme capacidad de invención lingüística hemos dado en llamarlo coach de vida.
Y ¿qué hacen estos altamente requeridos profesionales? Pues ni más ni menos que enseñarnos a vivir. Casi nada. Y es que los humanos venimos sin manual de instrucciones para lo que nos espera. Ojalá tuviéramos a mano su orientación para poder usarla en los momentos difíciles. Ojalá nuestros bolsillos contuvieran siempre esa guía de usuario que nos ayudara a discernir las rutas vitales que resultaran mejores para nuestra existencia.
Pero no es así. Y aunque la tuviéramos creo que actuaríamos como solemos hacer quienes de una forma u otra estamos vinculados con el mundo de la tecnología. Me refiero a que casi nunca usamos el manual. Probamos y, si funciona, pues perfecto. Pero si no funciona enseguida probamos otra cosa. Ensayo-error, nuestro método favorito. Cualquier cosa antes que leer el manual o pulsar la tecla [F1]. Bueno, miento. Desde que tenemos Google a mano, lo que buscamos es lo que los demás han hecho en circunstancias similares. A qué restaurantes ha ido. Qué producto es mejor para esto o lo otro. O qué hacer con el error de Windows que nos acaba de saltar. Y así con todo.
… los humanos venimos sin manual de instrucciones para lo que nos espera. Ojalá tuviéramos a mano su orientación para poder usarla en los momentos difíciles.
Pero vayamos a lo del coach de vida, que me enrollo. No tengo remedio. Pues resulta que ahora podemos encontrar a esos profesionales que nos van diciendo cómo debemos afrontar las distintas vicisitudes con las que nos vamos encontrando a lo largo de nuestro periplo vital. En fin, algo con lo que deberíamos venir formados de serie, pero que, al no ser el caso, ellos nos ayudan en el proceso.
O sea que si, por ejemplo, ando traumatizado porque me ha dejado la pareja pues ellos me orientan acerca de qué actitudes son las mejores para superar la separación. Si siento que soy incapaz de abordar los retos que cada día se me presentan, pues ellos me dan pautas para llevar a cabo esa tarea. Se trata de orientarnos hacia un modelo de vida que logre el objetivo esencial que todos debemos perseguir: el equilibrio.
Fijaos, sí, el equilibrio. No he dicho la felicidad que es lo que diría un moderno. Ser felices siempre es imposible, pero lograr el máximo equilibrio sí debería serlo. O, al menos, debería ser nuestro objetivo principal en la vida.
Y, dado que este es un foro de inversores, se me ocurría que al igual que adolecemos del manual para vivir tampoco lo tenemos para invertir. Ciertamente nos podemos haber formado en las técnicas necesarias para hacerlo. Podemos ser unos fieras del trading, del análisis por fundamentales o de la diferencia entre el value y el growth. Pero no estoy hablando de eso. Invertir es parte del proceso vital que necesitamos realizar para lograr el equilibrio. Y, por tanto, más allá de los métodos prácticos, necesitamos plantearnos metas y rutas cuyo logro trascienda la mera operatividad del día a día.
Tengamos los recursos que tengamos, nuestra función debe ser administrarlos convenientemente para que se constituyan en un apoyo para nosotros y no en una rémora o una fuente de desazón permanente. A lo largo de nuestra vida debemos administrar los afectos, la salud, el dinero… Hemos de procurar que todas las inversiones que hagamos en todas estas cosas nos ayuden a vivir la mejor vida posible. Así, llevar una sana alimentación, o realizar el ejercicio necesario, nos ayudará a mantener nuestro capital de salud en las dosis que necesitamos. Ser los conductores de nuestros afectos y no quienes se ven arrastrados por los mismos es, igualmente, esencial. Por tanto, gestionar correctamente nuestro patrimonio también lo es.
Sé que esto es una generalidad que arroja pocas pautas. No estoy hablando de cómo hacer las mejores inversiones ni de cómo enriquecernos invirtiendo. Hay muchas personas por estos lares que ya se ocupan de eso y, con toda suerte de certeza, mucho mejor de lo que pudiera hacerlo yo, lego absoluto en esa temática. De lo que hablo es de que capitaneemos nuestras decisiones, que nos guiemos por la mesura, que pongamos a trabajar a nuestra razón. Todo ello con el fin de hacer que lo que tenemos, sea dinero, salud, personas, sentimientos o conocimientos, se constituya en un repositorio sólido para darnos alegrías y no sumirnos en la vorágine del caos.
¿Me he constituido con estos consejos en un cierto tipo de coach para la vida? Bueno, esto tampoco es nuevo por más que hoy todo lo parezca cuando le cambiamos el nombre y, sobre todo, si lo anglicanizamos. Soy viejo y los viejos siempre han dado consejos prudentes a los jóvenes. Las tradicionales peroratas de los abuelos hoy, como acciones en gerundio, son coaching para la vida. Dejémoslo estar.