Un día cualquiera de cualquier verano pasado , en un punto caluroso y húmedo del Mediterráneo. Las bolsas se derrumban, cientos de compañías caen a plomo por la enésima noticia del fin del mundo.
La compañía XYZ comienza la sesión cayendo más de 7 puntos. Estoy en casa de mis suegros. Nervioso decido ir a casa para comprar las acciones. Mi mujer se enfada. Me encierro en el despacho poniendo órdenes de compra al mínimo de la sesión. No entra. Pasa media hora. Subo el precio al equivalente a una caída de 5 puntos. No entra. Pasa otra hora. Tengo que irme, Pero no me quiero ir. Vuelvo a subir el precio. Se va fuerte hacia arriba. Más prisas. Más nervios. Me voy. La orden sigue puesta. Paso la tarde como un zombie pendiente de las cotizaciones del móvil. Acaba la sesión. La orden no ha entrado.
Al día siguiente decido comprar a mercado. La orden entra pese a estar subiendo más de 3 puntos.
Pasa el tiempo.
Las empresas se mueven en esa fascinante y extraña marea y XYZ ha multiplicado por tres su valoración de aquella tarde de pegajoso calor veraniego.
¿Valió la pena perder una tarde de mi vida nervioso por “ajustar” unos céntimos el precio de entrada? Desde luego que no.
Lo mejor es enemigo de lo bueno.
Una mañana de otoño. Voy camino del trabajo y escucho una emisora económica. Se narra la apertura de los mercados como si de un partido de futbol se tratase. Todos los comentaristas coinciden en que va a producirse un leñazo importante. Tengo el 99% de mi patrimonio en bolsa. Todos hablan de lo importante que es la gestión de la liquidez. Los gestores de renombre se están replegando y pasando a modos defensivos, sea lo que sea eso. “Hay que saber cuando retirar el dinero de la mesa de juego”. Lo dice Marks, y ese hombre escribe con un sentido común que abruma. También puede que lo dijera Klarman, Paramés, o un tertuliano que analiza las velas japonesas y navega con vela latina.
Paso el día pensando cómo me sentiré si cae todo a plomo y si debería o no vender.
Al final no vendo. Tampoco cae. En lugar de eso, sube de manera fuerte.
Pasan los meses y llega el invierno. Un día frío. Estoy en una reunión en algún país nórdico. Paramos para descansar y aprovecho para hacer llamadas. Miro el móvil. Lo único que está cayendo ese día no son las temperaturas. Parece que de improviso ha llegado una corrección importante.
Termino el día y me voy al hotel. Compro. Esta vez a mercado. No tengo más liquidez y quisiera comprar más. Decido tocar el fondo de emergencia. Invierto fuerte de nuevo a la mañana siguiente.
Me he pasado de frenada y paso el invierno con aprietos innecesarios. Me juro a mi mismo que una y no más.
Han pasado los meses y las inversiones subieron mucho, pero me doy cuenta que no valió la pena ir tan apretado por invertir unos pocos miles de euros.
Pienso que lo mejor en la teoría fue lo enemigo de lo bueno.
Una explosión de vida se produce en la naturaleza al llegar la primavera. Aquel mes de abril el holding se encuentra exultante. Me congratulo de mi gran éxito. Hago proyecciones en la excel sobre el patrimonio que podría acumular los siguientes diez años siguiendo la tendencia llevada hasta el momento. Piña colada, vida semifrugal y un futuro sin tiranías de despertadores…
Pasan los días y me doy cuenta que estos conceptos mentales sólo me estresan. Me gustan las rutinas. Me gustan los despertadores. Me gusta hacer cosas que valen la pena.
Algún incidente vital cercano me recuerda que estamos de paso. Dinero es sólo dinero bla,bla, bla…
Lo mejor vuelve a ser enemigo de lo bueno.
Escribo estas líneas sin saber muy bien porqué. Quizá si le sirven a alguien que empieza puede que no estén mal.
A título personal, compro a mercado , mantengo poca liquidez pero sin llegar a extremos innecesarios y me toca un pie si la corrección viene mañana o dentro de dos años. No creo que tenga la suerte de comprar mucho, pues como he dicho suelo comprar en cuanto tengo liquidez, pero eso no me quita ya el sueño.
Compro compañías. Ayer entré por segunda vez, bastante fuerte en esta ocasión, en una que compra ladrillos y acaba de comerse un elefante.
La tesis estaba (para mi) clara como el agua. Ya lo decía El Principito…
Que tengan buen fin de semana,