Disclaimer: El relato narrado a continuación describe unos hechos ficticios. El autor se disculpa de antemano en el caso de que alguna expresión resulte vulgar o soez para el lector y, en definitiva, inferior a los estándares habituales de +D. En defensa del autor cabe mencionar que este hecho obedece a simples necesidades artísticas para la correcta representación de la idiosincrasia de los personajes.
Marbella, verano de 2024.
Observó con atención y amargura y retiró la vista unos instantes, echando una detenida ojeada a la habitación. El panorama era siniestro; hacía tiempo que el inspector Dalek no se topaba con algo semejante. Y él, tras veinte años en aquel duro oficio, las había visto de todos los colores.
Tras una larga calada al cigarrillo, fijó de nuevo la vista en los dos cuerpos que yacían inertes, cerró los ojos, y trató de recomponer la escena mentalmente, en un ejercicio que era ya habitual en él…
Hacía calor. Algo nada sorprendente a media mañana y en aquella época del año, por otra parte. Los rayos del astro rey se filtraban sigilosamente por las rejillas de la persiana, cerrada de forma incompleta, y Maikel Twittermann se despertó, incorporándose sosegadamente. Había dormido desarropado, con sus gafas de sol Oliver Peoples, su americana informal Hugo Boss directamente encima de la piel y los calzoncillos boxers Calvin Klein, como en otras ocasiones.
Permaneció sentado en la cama escasos segundos, situándose de nuevo, carburando. Finalmente se alzó y caminó con una extraña y decidida parsimonia hacia la pequeña mesa sobre la que se hallaba una botella de cristal abierta. Ginebra Martin Miller, su favorita. La tomó con la diestra y le echó un buen trago. Fantástico desayuno. ¿Acaso había algo mejor?
Atravesó su habitación del hotel Dom Pedro, cinco estrellas gran lujo y, ruidosamente, con el ímpetu que le caracterizaba, abrió la persiana que daba al balcón con vistas a la magnífica piscina del patio interior, cuya agua, acariciada por la luz, refulgía en mil destellos de colores. Sí, le agradaba lo que veía. Manteniendo la botella con su derecha, alzó ambos brazos hasta que su cuerpo entero, iluminado, se tornó una gran cruz de carne y hueso. Era el f0cking amo. El mismísimo Jesucristo de los tiempos modernos. Oh Yeah.
Su asistente de banca privada, le había comunicado maravillado la semana anterior que era el cliente más joven que había tenido jamás. A Maikel Twittermann no le sorprendía lo más mínimo, pues tan sólo contaba con diecinueve años. Era probablemente el más destacado de una nueva hornada de superinversores forjados en las redes sociales. Llevaba en bolsa año y medio y ya sumaba cien mil seguidores en su perfil, y el último mes había logrado en promedio unos ocho mil likes por cada entrada. Joder, era bueno. Vaya si lo era. Y él lo sabía. Mejor que nadie.
Entró de nuevo en la habitación, abrió el iMac de pantalla retina 5K casi con desdén y depositó la botella en un espacio contiguo, tras vaciarla de un trago. La noche anterior se largó a dormir con la tesis de inversión en la empresa “Fast Buildings & Co” (LON:FSTB) concluida, pero aún no la había publicado en Twitter. En altas horas de la madrugada probablemente no habría muchos seguidores despiertos, dedujo. Seguidamente le dio a “intro”, dejando caer el dedo índice a plomo, casi con violencia, provocando un leve crujido en el teclado. Ya estaba en la red.
En pie, se dedicó a caminar en círculos por la habitación durante cinco minutos y, tras ese tiempo, se acomodó en la silla frente al portátil y miró Twitter de nuevo.
-¡Joder! – Masculló. Tenía dos retweets y treinta likes. Se levantó nervioso y furibundo, encolerizado, pues le hervía la sangre y se le hinchaban las venas.
-¿¡¡Pero qué demonios les pasa a esos inútiles!!? ¿¡Es que no aprecian los análisis asombrosos!? Treinta likes, ¿¿Pero qué broma de mal gusto es ésta??
Procuró relajarse y se dispuso a razonar, con una mano en el mentón y caminando en círculos de nuevo. – Bien, bien, tranquilo. Tranquilo – Farfulló, mirando al suelo.
Quizás eran unos incultos. Probablemente no sabían nada de Dostoyevski, ni de Camus. O del superhombre de Nietzsche, o bien del Fausto de Goethe. No podrían imaginar lo que suponía mantenerse en vilo por las noches mientras uno degustaba las obras de Truman Capote. No, no tenían talla intelectual, probablemente eran imbéciles. Cabía la posibilidad de que no hubieran catado una Martin Miller en su vida. Era de esperar que no valoraran su análisis.
Abrió la hoja de cálculo de “Fast Buildings”, y la revisó de nuevo. Contenía los datos financieros completos de la empresa en los últimos diez años, ordenados, vinculados a infinidad de fórmulas y con los valores más relevantes sombreados en diversos colorines, los más bellos y vistosos que permitía el programa. En una de las pestañas aparecían todos los putos ratios que pudieran existir. Y cuando decía todos, eran todos. T-O-D-O-S los malditos ratios. Incluso había investigado en Linkedin al equipo directivo al completo. ¿Qué más deseaban esos energúmenos?
Entró en la célebre red de mensajes por tercera vez. Ya alcanzaba doscientos likes y quince retweets. Había publicado hacía diez minutos.
-Mmm… esto ya resulta más lógico. Quizás los he infravalorado y no son tan estúpidos, al fin y al cabo. – Se dijo a sí mismo, con un atisbo de orgullo.
El inconfundible sonido de un mensaje de WhatsApp detuvo sus cavilaciones. Era otra vez el berzotas de siempre, un twittero autodenominado “Chico_Percebe”. Habían sido grandes amigos en el pasado, hasta que “Chico_Percebe” perdió todos sus ahorros debido a una tesis de Maikel que no acabó como se esperaba. Uno de sus pocos errores, pues en término medio, las recomendaciones de compra publicadas por Maikel Twittermann subían un 57% durante los tres meses siguientes. Sin embargo, “Sunlight Casinos” había quebrado por exceso de apalancamiento. No obstante, ¿qué culpa tenía él si alguien decidía apostar hasta la camisa a una de sus ideas?
“Chico_Percebe” le había enviado numerosos mensajes durante los días anteriores. Al parecer, quería charlar, olvidar lo sucedido y retomar la amistad perdida. Tal había sido su empeño que Maikel aceptó verlo aquel día, señalándole la habitación y el hotel en el que se hospedaba. Aunque no le esperaba a aquella hora, maldita sea.
Pocos minutos después alguien golpeó la puerta de la habitación 825 tres veces. Maikel abrió y dejó pasar a su antiguo camarada, que traspasó la entrada sin saludar.
-Hostia, qué mala cara tienes, tío. Tienes una expresión lúgubre de la leche!
Todo sucedió terriblemente rápido. Ni lo podía imaginar, ni lo vio venir. Tras un destello fugaz, sintió un quemazón en el pecho, y apenas logró articular un ruido sordo mientras una oscuridad definitiva se apoderó del brillo de sus ojos. Para cuando “Chico_Percebe” se disparó a sí mismo, un silencio inerte e inexorable se había apoderado de su existencia.
El inspector Dalek observó de nuevo los dos cadáveres. Todo aquello tenía pinta de ajuste de cuentas. Aún podía apreciarse la mueca de espanto e incomprensión del joven fulano en americana y gayumbos. En cuanto al otro, parecía de aquellos que no pueden convivir con el pesado lastre de un acto desesperado. Debía estar muy pero que muy cabreado.
El policía tomó el cigarrillo de su boca y hábilmente lo lanzó por el balcón. Sí, el tipo estaba cabreado, cabreado de cojones.