Originalmente publicado en: La penúltima melodía inversora. – The circus is gone but the clowns stayed
1,2,3… Once upon a time (porque en inglés suena más cool) toda una jauría de acumuladores de dividendos, compradores de inmuebles y adoradores de los ingresos pasivos salivaban por los suburbios de internet.
Básicamente, tres peculiares subgéneros de una misma especie que afirmaban perseguir lo mismo: la independencia financiera (IF, para los que no tienen paciencia para leer). Ese mito moderno que promete hamaca, portátil y cóctel con sombrilla a los 90, a cambio de pan duro, no hacer regalos a los amigos que ya has perdido y quedarse en casa con frío los domingos.
Pero, en el fondo, todos guardaban un secreto aún más grande que los tormentos del famoso Raskolnikov. Mientras el personaje del ruso-loco luchaba contra sus demonios, nuestros protagonistas peleaban cada día por algo mucho más moderno y urgente: tener razón en Twitter (X si te casarías con Elon).
Los Acumuladores, devotos incondicionales del santo dividendo, hablaban a gritos y con pasión, como recitando un horóscopo financiero. Juraban que bastaba con comprar empresas “aburridas pero sólidas” y esperar pacientemente. Todo se resumía en cobrar por existir, como si fueran antiguos colaboradores de un programa del corazón que viven de contar lo que nunca hicieron. Sus líderes no eran inversores, sino influencers de éxito aparente pero sin fondo real. Hablaban desde áticos prestados o generados por IA, recomendaban libros que no habían leído y vivían del eco de frases como:
“Mientras tú trabajas, yo cobro dividendos”.
“Da igual que la acción se hunda en el infierno, yo sigo cobrando dividendos”.
>>Una traducción de ellas a nuestro lenguaje común sería: haz mi curso y calla, niño rata.
Mientras tanto, el follower aplaudía. Porque, ¿quién no querría ser ese personaje que cobra sin hacer nada y, además, dar lecciones desde una playa en Bali? Mauricio, como Terry, también vale, aunque en este caso lo de estar forrado no sea cuento.
Desde otra galaxia no tan lejana, los del Real Alquiler F.C. se pavoneaban con sus rentas pasivas como si fueran goles en un clásico:
“Marca Yamal y yo cobro 700 euros al mes por un local en Nairobi”.
“Compra 17 chabolas, dales un poco de Titalux hacendado y alquílalas a la novia del Ronaldo; pronto saldrás con ella en anuncios de Temu”.
Mientras celebraban los beneficios imaginarios de sus inversiones y los reales de sus recomendaciones, los no tan chavales seguían atrapados en la genial realidad: sobreviviendo en casa de sus padres o compartiendo piso con cuatro semidesconocidos.
>>¿Y el precio por metro cuadrado a cuánto está ya?
Tras una esquina, un tipo con su Excel nivel medio y su fondo indexado global se susurraba:
“Diversifica. Mantén. Haz tu análisis estadístico. No te dejes llevar por el ruido. Simplifica. Son 50 pavazos lo que te juegas.”
Otra gran idea convertida en religión, con sus propios evangelistas: seguidores de la inacción calculada y fascinados con replicar el mercado, convencidos de que esa era la forma más sabia de invertir. Al menos más sabia que la del resto, que lógicamente no tenía ni fruta idea de nada.
Eran los inamovibles de la inversión… hasta que llegaba el primer -5% y… popó. Entonces, esas gráficas de 30 años para justificar el inmovilismo dejaban de valer, y las décadas se fundían en un instante eterno, en el que vendían todo por cualquier declaración del hombre-naranja de turno.
Y aquí también surgió una casta particular: los indexadores intensitos, expertos en citar a Bogle sin siquiera imaginar el tamaño real de su libro (no me refiero al mini).
Las discusiones entre bandos eran más intensas que el último capítulo de Mujer: no importaba lo qué pasara, lo esencial era dejar claro que su forma de no-trabajar era más ingeniosa que la del otro.
Y entonces, como una aparición inesperada, llega ella con su patético puesto en Eurovisión: Melody. Cantando “Diva” con su profecía malinterpretada sobre las divas del dividendo de perfil coach, los agentes inmobiliarios millonarios a los 15 años y las rockstar del ETF pasión.
Porque una diva no habla de los años que pasan. Ni de los tropiezos. Ni de los números que no salen. No, eso no vende.
Diva, diva, diva, diva
Diva, diva, diva, diva
Oh-oh, oh-oh
Somos divas, tú y yo, oh
Lo que vende es el humo, es el sabor a éxito. Como una ex de un ex contando en TV historias sobre los mensajes que nunca envió. Vende ser el onlyfans de la inversión.
Diva, diva, diva, diva
Diva, diva, diva, diva
Oh-oh, oh-oh
Somos divas, tú y yo, oh
Mientras tanto, la gente miraba. Aplaudía. Compartía. Soñaba. Lo flipaba. Se enzarzaba.
Pero ni siquiera invertía.
No aprendía.
Solo seguía creyendo. Creyendo. Creyendo en sus dioses salmón.
Diva, diva, diva, diva
Diva, diva, diva, diva
Oh-oh, oh-oh
Somos divas, tú y yo, oh
Somos divas, tú y yo, oh
Porque al final, como en Eurovisión, no es el fondo lo que importa. Lo que importa es el Show.
Va por ti, Melody.
