Originalmente publicado en: La entropía y la inversión – Todo suma
Quizás le pareció raro que no se hablase mucho —o nada— de inversión en el post sobre la entropía. Y es que, como habrá notado, el desorden también ha aumentado en este blog. Por un lado para dejar espacio a la reflexión. Por otro, para evitar los tochos que ya casi nadie tiene ganas de leer. Así que tras un prudente silencio de tres semanas, y antes de abordar otro tema, vuelve la reflexión inversora.
En inversión, la entropía se manifiesta como una deriva natural hacia el desequilibrio. Una cartera diversificada, si se deja a su libre albedrío, tenderá a alejarse de su forma original. No es una tragedia, sólo un mero recordatorio: los sistemas financieros, como los físicos, se desordenan si no se intervienen. Basta observar la evolución histórica de un índice para verlo: cualquier parecido con el estado original es pura casualidad.
Autores como Nassim Taleb nos advierten contra la ilusión de control. En Antifrágil, propone una visión en la que lo importante no es suavizar cada fluctuación, sino diseñar sistemas —y carteras— que se beneficien de los shocks. Taleb no le teme a la volatilidad, sino a los riesgos ocultos: esos que permanecen agazapados bajo capas de aparente estabilidad… hasta que explotan.
Harry Markowitz, por su parte, aborda otro ángulo del desorden: el del desajuste progresivo entre rentabilidad esperada y exposición real. Su modelo de optimización de carteras no ignora el desorden, sino que lo administra. Desde su enfoque, el rebalanceo periódico no es una forma de controlar el mercado, sino de mantener la coherencia interna de nuestro proceso frente a su díscola evolución natural.
Ambos autores, aunque distantes en estilo y filosofía, comparten una intuición: lo que no se ajusta, tiende al desajuste. Y cuando ese desajuste escala sin supervisión, el sistema se puede volver vulnerable. Esto es importante, aquí no hablan de volatilidad —siempre presente—, sino de fragilidad.
La crisis de 2008 sirve como evidencia. No fue causada por volatilidad excesiva, sino por riesgos sistémicos acumulados y mal comprendidos. La confianza ciega en modelos de valoración, la proliferación de productos financieros complejos, y la concentración de exposición en ciertas áreas del mercado hicieron que un sistema que parecía estable fuese, en realidad, quebradizo.
En el plano personal, ocurre algo similar. Una cartera que en su día se construyó con una determinada proporción entre renta variable y renta fija puede transformarse con el tiempo, no por una decisión consciente, sino simplemente por la evolución de los activos. Y eso, más que generar más riesgo, puede generar más exposición de la que uno puede —o quiere— tolerar. El problema no es que el mercado se mueva; es que el inversor ya no se reconozca en la cartera que tiene. O crea que sigue teniendo una cosa que ya no existe porque ha mutado en otra muy distinta.
Ocurre también lo contrario, muchas veces esa entropía resulta en una distribución de activos mucho más concentrada que es, paradójicamente, más coherente con el apetito real de riesgo. No parece raro, si se considera la cantidad de gente que opta por invertir en fondos indexados. Para ellos no parece un problema que las 7 magníficas supongan el 30% del SP500. Tampoco lo sería, probablemente, que ocupasen un mero 5%. Su proceso puede basarse en dejar que las cosas pasen.
La lección es simple, aunque a veces cuesta aceptarla: la entropía no es mala; simplemente es. El desorden crece. Lo que antes encajaba, se desajusta. El inversor atento no se obsesiona con evitar cada oscilación, pero sí entiende que, de vez en cuando, puede ser necesario intervenir. Ajustar. Reconectar con la intención original. Todo depende del plan, por eso es importante reconocer la naturaleza de los sistemas y si el desorden puede ser aliado o enemigo.
Porque lo que marca la diferencia no es evitar la entropía, sino entenderse con ella. A veces dejar hacer. A veces corregir. Siempre, tener presente el plan original. Como en este blog, donde incluso el desorden —si se mira con pausa— puede que sume.