La biblioteca de la Comunidad

El barón rampante, Italo Calvino.
El perfume, Patrick Suskind.

Me gustaron mucho cuando las leí en mi juventud.

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Muchas gracias a todos por sus aportes, finalmente he comprado tres libros. Los dos primeros de Lorenzo Silva de Bevilacqua y Chamorro. Y este otro de Victor Gómez Pin, que tiene muy buena pinta.

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Desde el sobrino de Aristóteles, Calístenes de Olinto, al filósofo francés Albert Lautman, pasando por Hipatia, Plinio el Viejo, Miguel Servet, Descartes, Simone Weil, Spinoza, Olympe de Gouges, Condorcet, Leibniz y tantos otros, la historia de la filosofía está llena de nombres de personas que mantuvieron la entereza en circunstancias que hacían extremadamente difícil guardar fidelidad a las exigencias del pensamiento: personas que rechazaron postulados religiosos, políticos o científicos que no superaban la prueba del recto juicio, fuera cual fuera el peso de la autoridad individual o institucional que los apoyaba. Las biografías de quienes fueron fieles a la razón en diversos contextos pese a la condena de sus contemporáneos ilustran el alcance de la radical apuesta a favor del pensamiento a lo largo de la historia y constituyen, en suma, una incomparable lección viva de moral.

El honor de los filósofos

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El lejano país de los estanques

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El alquimista impaciente

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Cuando se acercaba a los trece años, mi hermano Jem sufrió una peligrosa fractura del brazo, a la altura del codo. Cuando sanó, y sus temores de que jamás podría volver a jugar al fútbol se mitigaron, raras veces se acordaba de aquel percance. El brazo izquierdo le quedó algo más corto que el derecho; si estaba de pie o andaba, el dorso de la mano le formaba ángulo recto con el cuerpo, el pulgar rozaba el muslo. A Jem no podía preocuparle menos, con tal de que pudiera pasar y chutar.

Cuando hubieron transcurrido años suficientes para examinarlos con mirada retrospectiva, a veces discutíamos los acontecimientos que condujeron a aquel accidente. Yo sostengo que Ewells fue la causa primera de todo ello, pero Jem, que tenía cuatro años más que yo, decía que aquello empezó mucho antes. Afirmaba que empezó el verano en que Dill vino a vernos, cuando nos hizo
concebir por primera vez la idea de hacer salir a Boo Radley.

Yo replicaba que, puestos a mirar las cosas con tanta perspectiva, todo empezó en realidad con Andrew Jackson. Si el general Jackson no hubiera perseguido a los indios creek valle arriba, Simon Finch nunca habría llegado a Alabama. ¿Dónde estaríamos nosotros entonces? Como no teníamos ya edad para terminar la discusión a puñetazos, decidimos consultar a Atticus. Nuestro padre dijo que ambos teníamos razón.

Siendo del Sur, constituía un motivo de vergüenza para algunos miembros de la familia el hecho de que no constara que habíamos tenido antepasados en uno de los dos bandos de la batalla de
Hastings. No teníamos más que a Simon Finch, un boticario y peletero de Cornwall, cuya piedad sólo cedía el puesto a su tacañería. En Inglaterra, a Simon le irritaba la persecución de los
sedicentes metodistas a manos de sus hermanos más liberales, y como Simón se daba el nombre de metodista, surcó el Atlántico hasta Filadelfia, de ahí pasó a Jamaica, de ahí a Mobile y de ahí subió a Saint Stephens. Teniendo bien presentes las estrictas normas de John Wesley sobre el uso de muchas palabras al vender y al comprar, Simon amasó una buena suma ejerciendo la Medicina, pero en este empeño fue desdichado por haber cedido a la tensión de hacer algo que no fuera para la mayor gloria de Dios, como por ejemplo, acumular oro y otras riquezas. Así, habiendo olvidado lo dicho por su maestro acerca de la posesión de instrumentos humanos, compró tres esclavos y con su ayuda fundó una heredad a orillas del río Alabama, a unas cuarenta millas más arriba de Saint Stephens. Volvió a Saint Stephens una sola vez a buscar esposa, y con ésta estableció una dinastía que empezó con un buen número de hijas. Simón vivió hasta una edad impresionante y murió rico.

Era costumbre que los hombres de la familia se quedaran en la hacienda de Simon, Desembarcadero de Finch, y se ganasen la vida con el algodón. La propiedad se bastaba a sí misma. Aunque modesto si se comparaba con los imperios que lo rodeaban, el Desembarcadero producía todo lo que se requiere para vivir, excepto el hielo, la harina de trigo y las prendas de vestir, que le proporcionaban las embarcaciones fluviales de Mobile.

Simon habría mirado con rabia impotente los disturbios entre el Norte y el Sur, pues éstos dejaron a sus descendientes despojados de todo menos de sus tierras; a pesar de lo cual la tradición de vivir en ellas continuó inalterable hasta bien entrado el siglo XX, cuando mi padre, Atticus Finch, se fue a Montgomery a aprender leyes, y su hermano menor a Boston a estudiar Medicina.

Su hermana Alexandra fue la Finch que se quedó en el Desembarcadero. Se casó con un hombre taciturno que se pasaba la mayor parte del tiempo tendido en una hamaca, junto al río, preguntándose si las redes de pescar tendrían ya su presa. Cuando mi padre fue admitido en el Colegio de Abogados, regresó a Maycomb y se puso a ejercer su carrera.

Maycomb, a unas veinte millas al este del Desembarcadero de Finch, era la capital del condado de su mismo nombre. La oficina de Atticus en el edificio del juzgado contenía poco más que una percha para sombreros, un tablero de damas, una escupidera y un impoluto Código de Alabama.

Sus dos primeros clientes fueron las dos últimas personas del condado de Maycomb que murieron en la horca. Atticus les había pedido con insistencia que aceptasen la generosidad del Estado al concederles la gracia de la vida si se declaraban culpables, confesándose autores de un homicidio en segundo grado, pero eran dos Haverford, un nombre que en el condado de Maycomb es sinónimo de borrico. Los Haverford habían despachado al herrero más importante de Maycomb por un malentendido suscitado por la supuesta retención de una yegua. Fueron lo suficientemente prudentes como para realizar la faena delante de tres testigos y se empeñaron en que «el hijo de mala madre se lo había buscado» y que ello era defensa sobrada para cualquiera. Se obstinaron en declararse no culpables de asesinato en primer grado, de modo que Atticus pudo hacer poca cosa por sus clientes, excepto estar presente cuando los ejecutaron, ocasión que señaló, probablemente, el comienzo de la profunda antipatía que sentía mi padre por el cultivo del Derecho Criminal.

Durante los primeros cinco años en Maycomb, Atticus practicó más que nada la economía; luego por espacio de otros varios años empleó sus ingresos en la educación de su hermano. John Hale Finch tenía diez años menos que mi padre, y decidió estudiar Medicina en una época en que no valía la pena cultivar algodón. Pero en seguida que tuvo a tío Jack bien encauzado, Atticus cosechó unos ingresos razonables del ejercicio de la abogacía. Le gustaba Maycomb, había nacido y se había criado en aquel condado; conocía a sus conciudadanos, y gracias a la laboriosidad de Simon Finch, Atticus estaba emparentado por sangre o por casamiento con casi todas las familias de la ciudad.

Maycomb era una población antigua, pero cuando yo la conocí por primera vez era, además, una población antigua y fatigada. En los días lluviosos las calles se convertían en un barrizal rojo; la hierba crecía en las aceras, y, en la plaza, el edificio del juzgado parecía desplomarse. De todas maneras, entonces hacía más calor; un perro negro sufría en un día de verano; unas mulas que estaban en los huesos, enganchadas a los carros Hoover, espantaban moscas a la sofocante sombra de las encinas de la plaza. A las nueve de la mañana, los cuellos duros de los hombres perdían su tersura. Las damas se bañaban antes del mediodía, después de la siesta de las tres… y al atardecer estaban ya como pastelillos blandos con incrustaciones de sudor y talco fino. Entonces la gente se movía despacio. Cruzaba cachazudamente la plaza, entraba y salía de las tiendas con paso calmoso, se tomaba su tiempo para todo. El día tenía veinticuatro horas, pero parecía más largo. Nadie tenía prisa, porque no había adónde ir, nada que comprar, ni dinero con que comprarlo, ni nada que ver fuera de los límites de Maycomb. Sin embargo, era una época de vago optimismo para algunas personas: al condado de Maycomb se le dijo que no había que temer a nada, más que a sí mismo.

Vivíamos en la mayor calle residencial de la población, Atticus, Jem y yo, además de Calpurnia, nuestra cocinera. Jem y yo hallábamos a nuestro padre plenament satisfactorio: jugaba con nosotros, nos leía y nos trataba con un despego cortés.

Calpurnia, en cambio, era otra cosa distinta. Era toda ángulos y huesos, miope y bizca; tenía la mano ancha como un madero de cama, y dos veces más dura. Siempre me ordenaba que saliera de la cocina, y me preguntaba por qué no podía portarme tan bien como Jem, aun sabiendo que él era mayor, y me llamaba cuando yo no estaba dispuesta a volver a casa. Nuestras batallas resultaban que épicas y con un solo final.

Calpurnia vencía siempre, principalmente porque Atticus siempre se ponía de su parte. Estaba con nosotros desde que nació Jem, y yo sentía su tiránica presencia desde que me alcanzaba la memoria.

Nuestra madre murió cuando yo tenía dos años, de modo que no notaba su ausencia. Era una Graham, de Montgomery. Atticus la conoció la primera vez que le eligieron para la legislatura del Estado. Era entonces un hombre maduro; ella tenía quince años menos. Jem fue el fruto de su primer año de matrimonio; cuatro años después nací yo, y dos años más tarde mamá murió de un ataque cardíaco repentino. Decían que era cosa corriente en su familia. Yo no la eché de menos, pero creo que Jem sí. La recordaba claramente; a veces, a mitad de un juego daba un prolongado suspiro, y luego se marchaba a jugar solo detrás de la cochera. Cuando estaba así, yo tenía el buen criterio de no molestarle.
Matar un ruiseñor, Harper Lee

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¿Qué libro recomendarían para un pequeño inversor en desarrollo? Tal vez un “libro fundamental” por así decirlo. Estoy deseoso de cultivar mi conocimiento.

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Simple wealth inevitable wealth, de Nick Murray.

Aquí le dejo la reseña que hice. Lo puede comprar de 2a mano en Iberlibro. Solo está en inglés.

Léalo, son menos de 200 páginas y creo que pocos libros sintetizan tan bien lo que necesita saber.

También este clásico: El inversor inteligente - Benjamin Graham.

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¡Muchas gracias! Se ve muy útil e interesante, definitivamente voy a adquirirlo.

Bueno. Habría que definir qué se entiende por “inversor en desarrollo” (hay gente muy humilde), igual sus conocimientos ya dan para abordar el Security Analysis de Graham.
Le aconsejaría uno que estoy revisando y corrigiendo, pero lo más probable es que -siguiendo sus premisas- se tirara en el dique seco, cual travesía del desierto, sin plusvalías, toda una década. Así que mejor me callo.
Quizá el mejor consejo que le pueda dar a la hora de adquirir un libro, no es el de que trate usted de conseguir el mejor. Siguiendo a Munger y su inversión de los problemas, seguro que simplemente evitando aquellos que tengan muchas líneas rectas le va muy bien.

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Agradezco muchísimo su consejo @Luis1 y le aseguro que lo tendré en cuenta por ahora en cuanto decida un buen libro que leer. Tal vez más adelante le pida aquél que menciona con cautela que está corrigiendo… Por ahora seguiré su recomendación.

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Espero que “acierte”. Quiero pensar que cuando usted habla de libro en singular no quiere dar a entender que con uno es suficiente y que únicamente es el primero. Lea todo lo que pueda pero lo garantizo que cuando lleve un centenar (como es mi caso) tendrá más dudas que antes de leer el primero. Eso sí, dudar es de gente sabia.

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Ja ja ja, tiene usted razón en eso pues me refería al primero de muchos. Está claro para mí que en cualquier ámbito mientras más se pueda leer al respecto, mejor. Agradecido con usted.

Pues le dejo un regalo para que medite el fin de semana:

—Es sorprendente la seguridad y la confianza con la que los value
investors invertís la practica totalidad de vuestro capital en renta variable
y, en ocasiones, concentrando la inversión en muy pocos valores. No lo
acabo de entender. ¿No implica esa actitud asumir un gran riesgo?
—Sí dudamos, y mucho. Como dijo el genial físico Richard Feynman:
«La duda es el primer paso imprescindible hacia la creatividad». Howard
Marks también duda: «La tendencia a dudar de nosotros mismos, unida a
las noticias sobre el éxito de los demás forman una fuerza tremendamente
poderosa que empuja a los inversores a hacer lo equivocado y gana fuerza a
medida que esa tendencia continúa». En cuanto a concentrar nuestro capital en unos pocos activos, tendríamos que considerar que mucha gente no quiere hacer lo suficiente de algo —comprar fuertemente un valor, fondo o activo— por miedo a que afecte a sus resultados si no sale bien. Pero, paradójicamente para que algo pueda contribuir bastante a mejorar los resultados, se tiene que invertir en la cantidad suficiente para que si sale mal le pueda afectar negativamente.

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Después de semejante regalo solo me viene a la mente aquella frase famosa de la película Casablanca: “Este es el comienzo de una hermosa amistad.”

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No se si alguien ha leído a Byung-Chul Han, en caso afirmativo, quisiera conocer su opinión.

El libro que tengo interés en leer es este

Aquí una entrevista con el filósofo coreano, que me ha parecido bastante interesante,

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—El neurobiólogo Semir Zeki asegura que el cerebro tiende a crear — condicionado por los medios audiovisuales— unos modelos abstractos casi perfectos —de la pareja, el trabajo, la casa o el coche ideales—; esas idealizaciones nos hacen sentirnos insatisfechos con nuestras posesiones y con la trivialidad de nuestra vida cotidiana. Nada nos parece suficiente, ni suficientemente bueno.
«Sólo un poquito más, sólo un poquito mejor», pensó Alicia.

Me apunto el libro, pinta bien, otro más a la lista de los pendientes. Gracias por compartir.

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Margen de Seguridad: Estrategias de Inversión en Valor Reacias al Riesgo para el Inversor Reflexivo

El clásico de Seth Klarman, disponible en amazon y en español!!
https://www.amazon.es/Margen-Seguridad-Estrategias-Inversi%C3%B3n-Reflexivo/dp/B097VLZWM7/ref=sr_1_1?dchild=1&keywords=margen+de+seguridad+seth+klarman&qid=1634072866&qsid=260-3776688-7768630&sr=8-1&sres=B097VLZWM7%2CB01N0TKDKF%2C1719587213%2C0998406260%2C0887305105&srpt=ABIS_BOOK

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Estoy con “El hombre que cambió su casa por un tulipán” de Fernando Trías de Bes y la verdad es que me está resultando muy interesante.
Recomendable la lectura

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Actualmente me estoy leyendo “Rendimientos del Capital” de Edward Chancellor y he de decir que me está gustando mucho.

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Con su lectura se entiende mucho mejor posturas de gestoras como AZ, Cobas, etc.

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Leyendo este pasaje del capítulo sobre desequilibrios globales causados por economías de crecimiento basado en la exportación del Fault Lines de Raghuram Rajan no he podido evitar esbozar una sonrisa porque describe perfectamente mi experiencia en estas primeras semanas en Alemania: todo cerrado a partir del sábado a mediodía, taxistas que se pierden en su propia ciudad, trámites a través de correo postal, cita en el banco en 10 días para abrir una cuenta corriente, etc. H/t to @agenjordi por recordarme que tenía este libro a medio.

Saludos!

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Gracias a usted. Llegué a este libro por las continuas referencias que hacía hasta él una de sus recomendaciones y un libro muy interesante también: La gran crisis: cambios y consecuencias: Lo que hemos aprendido y lo que todavía nos queda por aprender de la crisis financiera (Deusto) : Wolf, Martin, Teruel Prieto, Gustavo: Amazon.es: Libros

El tema de los desequilibrios resulta complicado de analizar. Uno tiende a ver los que le convienen y a ignorar aquellos que le favorecen. Olvidando aquello tan importante que la economía suele ser un conjunto de vasos comunicantes.

Estos dos libros a mi por ejemplo me han ayudado a recordar la conexión entre el ahorro y el gasto. Al final cuando uno ahorra e invierte, es muy probable que de alguna u otra forma termine dependiendo de las posibilidades de gasto de otros que precisamente han tomado el camino de no ahorrar.

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