Originalmente publicado en: https://blogs.masdividendos.com/la-caja-de-searle/2020/12/21/la-aventura-equinoccial-de-friedrich-hayek/
Beneficio es la señal que nos indica lo que tenemos que hacer para servir a la gente que no conocemos – Friedrich Hayek
El camión rugía en el fango mientras una docena de jóvenes empapados de sudor tiraban de las cuerdas tratando de sacar al leviatán de las profundidades. Las ruedas patinaban en el fondo del hoyo, levantando hacia el cielo columnas de barro.
Insensibles al problema, en torno al socavón se arremolinaban vendedores ambulantes de comida, agua y repuestos para todo tipo de vehículos. Incluso algún curandero ofrecía a voz en grito sus remedios imaginarios para males reales.
Mientras el camión se debatía por salir de allí, cientos de vehículos se apiñaban tras él, detenidos en la angosta carretera a la espera de que los jóvenes consiguieran liberarlo. Al fin, con un gran esfuerzo, entre el tira de unos y el empuja de otros el camión remontó la pared del pozo y emergió al otro lado entre palmadas y silbidos de júbilo de los esforzados jóvenes. El camionero les ofreció en pago un saco de la mercancía que transportaba y prosiguió su camino al mercado entre bocinazos para conseguir que los vendedores distraídos se apartaran a la cuneta.
Tan pronto como hubo abandonado el lugar, el siguiente camión, aún más grande que el anterior y atestado de fardos en precario equilibrio, se precipitó al hoyo sin dudarlo, como el ñu que se lanza al río aunque sepa que puede significar su muerte.
Tocó fondo pesadamente, chapoteó unos instantes y quedó atrapado en el cenagal. Otra turba de jóvenes y niños saltó sobre él para descargar los bultos y llevarlos fuera del pozo. Pertrechados con cuerdas y cadenas se empleaban de nuevo en la tarea del rescate mientras alrededor buhoneras, aguadores y chamanes procedían a ofrecer sus servicios a los primeros vehículos de la kilométrica caravana. Las ruedas del camión giraron sin conseguir tracción consiguiendo únicamente remover las turbias aguas del fondo y ahondar un poco más su prisión.
Un vecino garabateaba en una tosca tabla de madera la palabra “Hotel” y se disponía a colgarla en la entrada de su fonda, en previsión de que al anochecer muchos vehículos todavía estarían esperando a que llegara su turno de caída y posterior rescate de los lodazales.
En el enorme mercado que había poco más allá, una paloma picoteaba restos de verdura que comenzaba a descomponerse tras toda la jornada sometida a un sol implacable. Doblando una curva apareció un camión cubierto de barro y resoplando como si de un rinoceronte mecánico se tratara. Al ver que iba a ser embestida, el ave emitió una protesta y levantó el vuelo. Conforme la corriente de aire la elevaba quedó perpleja al ver a la luz del atardecer un extenso gusano metálico que parecía querer hundir su cabeza en la tierra mientras el resto del cuerpo ondulaba hasta perderse de vista en el horizonte. Pero si la paloma hubiera sido una residente habitual de la ciudad no se habría sorprendido ya que hubiera sabido que esa estampa era endémica, repitiéndose día tras día, estación tras estación, formando parte inseparable de aquel paisaje.
Lo más inverosímil de esta historia de por sí inverosímil es que no es ficticia. Esto fue narrado más extensamente, en primera persona y con mucho mejor estilo, por el periodista polaco Ryszard Kapuscinski en su libro «Ébano». No se trata de un lugar imaginario, sino de Ogata Road, en las proximidades de Onitsha, una importante ciudad del sur de Nigeria que ostenta el dudoso honor de ser una de las más contaminadas del mundo. En ella se celebra el mayor mercado al aire libre de África.
La historia resulta absurda y desoladora a un tiempo. Desoladora porque es la plasmación de cómo una sociedad puede atarse a sí misma los pies para no avanzar. Se permite la aparición de un problema grave en una infraestructura clave sin que ninguna comunidad o gobierno local haga nada mientras un grupo de individuos necesitado saca rédito de forma oportunista. Es algo que solo nos resulta concebible en un país en vías de desarrollo, pero cabe preguntarse si en los países desarrollados no ocurren fenómenos similares camuflados bajo mayor complejidad. No es mi intención buscar paralelismos particulares con diferentes problemas que padecemos. Eso lo dejo a su juicio. Me gustaría simplemente hacer unas valoraciones de carácter general.
La mano invisible de Adam Smith es capaz de obrar maravillas, como todos sabemos, pero también constatamos que es capaz de excavar pozos en mitad de las carreteras. Cada individuo pensando en su propio interés por acción o inacción acaba por crear una situación que es cada vez más perjudicial para el conjunto. Si al empezar a formarse el hoyo, un pequeño grupo de vecinos hubiera echado unos capazos de tierra se habría solucionado el problema, pero la propiedad común no origina en el ciudadano el sentimiento de propiedad, aunque sea de una fracción infinitesimal, y por tanto ninguna responsabilidad moral de su cuidado. Movidos por las necesidades más básicas ingenian cualquier forma de ganarse su sustento aunque suponga agravar una situación disfuncional.
Reparar la carretera hubiera dejado sin negocio a los que vivían en torno al hoyo, pero un tránsito más fluido de mercancías posiblemente hubiera creado más puestos de trabajo y oportunidades de prosperar en el mercado que estaba poco más allá. En cambio, se había llegado a una situación de resignación tácita por parte de transportistas y comerciantes. La situación, nos asegura Kapuscinski, no era circunstancial sino que ya se prolongaba durante años.
En este caso el orden espontáneo del que hablaba Hayek se asemeja más al caos que a algo parecido al orden. Es cierto que la búsqueda del beneficio ha llevado a un grupo de individuos a dar un servicio a gente desconocida; pero señor Hayek, líbrenos de su servicio. Podemos ver como hay situaciones en las que el equilibrio al que se llega de forma espontánea se encuentra muy lejos de ser el óptimo.
Ante situaciones de crisis como la vivida este año o ante problemas menos agudos pero persistentes en el tiempo, antes de pensar en si se puede sacar provecho particular de la situación deberíamos pensar en si se puede mejorar con algo de colaboración y responsabilidad. Para el conjunto de la sociedad, reconocer y atajar los problemas cuanto antes es preferible a esperar a que se resuelvan por sí solos o vengan otros ciudadanos a solucionarlos. Las comunidades pueden prosperar a pesar de estas actitudes, pero difícilmente gracias a ellas.
Dicho esto, seguimos viviendo en sociedades imperfectas y hasta que llegue esa utopía de ciudadanos perfectos hay que disponer de otro tipo de soluciones a los problemas reales, y si es errado pensar que el Estado es quien está en mejor disposición de proveer al ciudadano de todos los bienes y servicios que necesite, igualmente errado es pensar que los fallos de mercado no existen y todo se solucionará a base de laissez faire sin ninguna intervención estatal. Hayek era plenamente consciente de ello, pero parece que muchos de sus actuales seguidores no lo son.
Una dejación de funciones tan flagrante como la de Onitsha no tiene cabida en Estados relativamente fuertes como los occidentales. Otro debate es cuán grande debería ser el Estado ideal pero cuando es demasiado débil o, peor aún, inexistente, se producen situaciones dramáticas a muchos niveles. Por mucho que a veces nos moleste pagar tributos para mantenerlo, el Estado es necesario. Remedando el título de un cuento de Ted Chiang, se podría decir que el infierno es la ausencia de Estado.
Si me lo permiten concluiré con una sugerencia ajena al ámbito de la filosofía económica. Ahora que se aproxima el fin de año damos mil vueltas a cómo reducir la factura fiscal, maldecimos cuestionables reformas de planes de pensiones, subidas de IRPF y diversos impuestos. También revisarán la cartera y muchos lamentarán no haber tenido más FANGMAN o cualquier otro acrónimo de moda en cartera o no haber entrado en las últimas OPV tecnológicas. Otros se lamentarán de haberse asustado en marzo y no haber invertido la liquidez. Hay infinitos motivos para atormentarse, pero al subir a su coche recuerden que probablemente el mayor obstáculo que se encuentren sea una de esas odiadas bandas reductoras de velocidad, no un socavón del que tengan que sacarle con cuerdas y cadenas pago mediante. Y que si enferman en mitad de un trayecto probablemente no será un chamán el primero en llegar en su ayuda. Recuerden que, pandemias aparte, gran parte de nuestros problemas son problemas del primer mundo y, aunque raras veces lo apreciemos, seguimos siendo afortunados.
Que pasen unas felices y responsables fiestas.