Originalmente publicado en: Elogio de la inactividad – La caja de Searle
Irlanda es uno de los escasos países del mundo en los que no podrán encontrar serpientes en la naturaleza. La leyenda cuenta que San Patricio comenzó a orar en lo alto de una montaña y Satanás envió serpientes para distraerlo. Este permaneció impertérrito y prosiguió orando durante 40 días, pero cuando finalizó, tomó a todas las serpientes y las arrojó al mar desde un acantilado. Hay otra explicación científica para la ausencia de serpientes pero es menos espectacular que tamaño milagro y la pueden buscar ustedes mismos.
La leyenda menciona el lugar en el que oraba San Patricio, ciertamente inhóspito, como solían ser los retiros de los primeros cristianos. Aquellos anacoretas debían tener una vida bastante dura y sobre todo tediosa. Aparte de procurarse su sustento no tenían otro quehacer que orar. No es de extrañar que en textos antiguos ya aparezcan referencias a la acedia o acidia, término proveniente del griego akidía, que etimológicamente expresa una situación de no-cuidado, inerte. Al monje afecto de acedia la jornada le resultaba insoportablemente larga, el sol parecía detenerse en el cielo y las horas no pasar, sumido en un estado cuasi letárgico, indiferente a todo.
Hoy en día solemos padecer justo del mal contrario. Los meses estivales suelen ser el momento en que buena parte de nosotros disfruta de algunas semanas de vacaciones que llegan a su fin en un abrir y cerrar de ojos. Simplemente cambiamos por unos días las preocupaciones del trabajo por otras, como puede ser buscar entretenimientos para los hijos o planificar adecuadamente un viaje, para en no pocas ocasiones acabar corriendo de un lugar a otro pendientes del reloj.
Además, ya que los mercados permanecen abiertos tenemos la posibilidad de seguir al tanto de las cotizaciones, noticias, resultados, eventos macro y sucesos que ocupan nuestra atención durante el resto del año .
Todo esto es posible salvo que lleguemos a alguno de esos lugares, cada vez más escasos, en los que no nos aparece señal alguna de Internet. Tal vez en ese momento podamos sentir una especie de horror vacui ante la incapacidad de poder consultar el valor de nuestra cartera o tener la información necesaria para decidir qué hacer ante el aviso del broker de un evento corporativo.
Ese momento de crisis y de angustia por no poder hacer nada debería dar paso a otro momento de reflexión. ¿Tiene sentido consultar las cotizaciones varias veces al día? ¿Y una sola? ¿Por qué cada día y no cada semana? ¿Qué ocurre si no nos enteramos de las noticias en tiempo real?
El anacoreta converso a la fuerza puede que responda que sí que es un problema reaccionar con unos días o una semana de retraso. A lo que se podría replicar que todo está descontado en el mercado desde el mismo momento en que se hace público. Cuando se anuncia una fusión o una OPA el inversor de a pie ya llega tarde frente a los algoritmos. Cuando se hace un profit warning, la reacción del mercado también es instantánea. Si la demanda del bien que vende esa empresa sufre un giro repentino, también se descuenta con rapidez. ¿De verdad es necesario estar al tanto inmediatamente? Si pensamos que nuestra forma de generar valor para la cartera es ser más rápidos que el resto de participantes es muy probable que el tiempo nos ponga en nuestro lugar.
El problema de fondo es más amplio y no atañe solo a la esfera inversora. Estamos acostumbrados durante al menos once meses al año a estar siempre “haciendo algo”. Ese algo es trabajar, estudiar, leer, atender responsabilidades familiares, hacer deporte…un sinfín de actividades, unas más placenteras que otras, pero que raramente incluye el no hacer nada. Si tenemos un momento libre no es raro que cojamos el móvil para consultar algo o incluso emplear ese tiempo libre en los 10 minutos que el gurú del mindfulness dijo que debíamos meditar a diario.
¿Y qué ocurre si simple y llanamente no se hace nada? Tal vez surja al momento un sentimiento de culpabilidad. En algunos casos de origen espiritual. Tanto la religión católica como el Islam consideran la pereza como una cualidad negativa. ¿Por qué? El que es un profundo creyente no buscará más explicaciones. Es así porque es como debe ser.
Si uno alberga ciertas dudas sobre la existencia de seres sobrenaturales tal vez pueda encontrarle explicaciones evolutivas. Lo que puede ser bueno para un individuo (descansar, relajarse) puede no ser bueno para una comunidad, que prosperará más si el conjunto de individuos es industrioso. Sea de un modo u otro, el estigma sobre el perezoso está ahí.
Nunca es fácil separar moral y religión, pero dejemos a los dioses a un lado y pensemos pues que el sentimiento de culpa también puede tener un origen laico ¿Quién no ha oído hablar de la cultura del esfuerzo? ¿Es malo esforzarse? No, al contrario. Es lo que nos han enseñado nuestros padres y la sociedad nos recuerda a menudo.
Tal vez cabría pensar en que de nuevo se produce una falacia de composición. Si bien un individuo permanentemente inactivo es indesesable, abandonarse temporalmente a la inacción no tiene por qué serlo.
El filósofo Svend Brinkmann tiene una pequeña obra llamada “Stand Firm” que trata precisamente de la presión actual sobre el individuo para estar en una continua e inacabable carrera por progresar. Trabajar más para producir más, entrenar más para mejorar tus marcas, estudiar más para…todo orientado a la automejora. Su crítica a este modelo es que esa meta que jamás se alcanza deriva en estrés y en una insatisfacción perpetua.
Apelando a los estoicos trata de combatir esa idea de necesidad de estar sumido permanentemente en una lucha por la mejora.
Volviendo al campo económico, al hablar de mejora, evolución y avance es inevitable que venga a la mente la idea del interés compuesto. Es magnífico que nuestro capital componga, pero habría que tener en cuenta si más esfuerzo por nuestra parte supone que componga más o no. Tal vez en algunos casos sea justo lo contrario; por exceso de celo se acabará moviendo demasiado la cartera y pagando comisiones, horquillas e impuestos. No siempre más es mejor.
Antes o después cualquier lector de temas relacionados con la inversión también se encontrará con el concepto de “compounding knowledge”. La idea de base es que cada una de nuestras lecturas y experiencias se añade a las anteriores y mediante el trazo de conexiones con algunas de ellas se obtiene un todo mayor que la simple suma, llegando de este modo al ansiado crecimiento exponencial. La idea suena bien pero parte de premisas, a mi juicio, falsas. El funcionamiento de nuestra mente no es como el de una computadora. Olvidamos parte de lo aprendido, tergiversamos otra parte y el paso de los años, nos guste o no, mina nuestra capacidad de procesar información.
Obviando estos problemas biológicos que en algunos individuos se podrían manifestar en menor medida, quedaría pendiente demostrar que experiencias y conocimientos adquiridos puedan hacer crecer la sabiduría de forma exponencial. Mientras que el efecto del interés compuesto es una fórmula matemática indiscutible, el caso que nos concierne resulta bastante más dudoso. ¿Está nuestra sociedad llena de sabios de avanzada edad que han multiplicado la sabiduría que tenían en su mediana edad? ¿No tendrían que ser las gerontocracias la mejor forma de gobierno?
Otro problema añadido es que si bien Internet nos ofrece una cantidad de información increíble para cualquier inversor de hace medio siglo, se trata de un arma de doble filo. Sin un adecuado filtro nos acabamos viendo ahogados en un mar de noticias, datos, comentarios en redes sociales, tuits, podcasts y vídeos de Youtube. La mayor parte no nos va a aportar nada y corremos el riesgo de acabar consumiendo nuestro tiempo absortos en la irrelevancia, convertidos en inversores veleta, llevados hacia donde nos arrastran las corrientes.
Quizás sea este tiempo estival un buen momento para tomar distancia, tratar de separar lo importante de lo pasajero, dedicarle nuestro tiempo a lo primero e, ignorando lo segundo, emplear un poco de tiempo en el noble arte de no hacer nada.
“Vivir es el arte de elegir nuestro cansancio futuro. Unos se consumirán en los afanes de una actualidad transeúnte, espuma de los días, mientras que otros preferirán comprometerse a largo plazo con la realidad durable y poner su cansancio al servicio de una pirámide en construcción” -Javier Gomá.