Será la paternidad, la “nueva normalidad” o la combinación de ambas, que me ha llevado a reflexionar durante este último año acerca del largo plazo.
Una pregunta se ha ido formando con el paso de los meses. Primero no eran más que un cúmulo de ideas sueltas, pero a medida que estas iban ocupando su lugar, el mensaje se ha ido haciendo más que nítido, desafiante.
¿Qué estás haciendo para que el largo plazo te encuentre vivo, saludable y orgulloso de lo que has vivido?
MEMENTO MORI
Muchos estaremos de acuerdo que la inversión es una carrera de fondo. Puede que una forma de entender la vida y que incluso, para algunos, una parte indivisible de su personalidad.
Ahorrar hoy para gastar, no mañana, sino dentro de varios años, será algo que cuando llegue el momento, se lo agradeceremos enormemente a nuestro yo actual.
El compromiso con nuestro yo del futuro es, a nivel financiero, incuestionable.
Pero, ¿y si llegado el momento ya no estamos aquí?.
Pues podría ser, ya que la probabilidad nunca va a ser cero. La cuestión no pasa por cómo hacernos inmortales, sino en aumentar las probabilidades de que, cuando llegue el tren del largo plazo, tengamos billetes en primera clase para viajar en él.
Y eso requiere no solo de un compromiso financiero, sino de un compromiso integral que abarque, por ejemplo, eliminar lo que nos perjudica, cuidar las relaciones personales y la alimentación, no olvidarse de la actividad física y también, ser valientes y disfrutar de la vida.
Espero que, si tengo la fortuna de subir a ese tren, pueda agradecerle a mi yo actual no solo el haber pensado en mi bienestar económico, sino también haber hecho lo posible para poder disfrutar del viaje en las mejores condiciones físicas y haber tenido una vida cojonuda que poder recordar.