Originalmente publicado en: Desinterés compuesto – Todo suma
Filosofías de vida
Una filosofía de vida no es un conjunto de frases inspiradoras. Tampoco un sistema rígido que uno adopta como una dieta o un curso online. Una filosofía de vida es más bien una forma de mirar, de responder, de estar en el mundo. Es lo que nos guía cuando nadie mira, lo que define nuestras pequeñas elecciones diarias, incluso cuando no somos conscientes de que estamos eligiendo. Hay quien la hereda sin cuestionarla. Hay quien la construye lentamente, a golpes de experiencia. Y hay quien ni siquiera sabe que tiene una, pero la ejecuta igual.
Si esto último le hace dudar si tiene una, ninguna o un popurrí de varias, le recomiendo que se pase por el espacio del amigo Pablo Tovar, donde encontrará más profundidad y ejemplos. Pero en general, si usted tiene más o menos clara su idea de cómo es el mundo y cómo ha de comportarse en él, usted tiene una filosofía de vida.
Seguramente se haya encontrado con personas que se rigen por el cálculo y un frío ¿qué gano con esto? Otras, por la apariencia y el ¿qué pensarán de mí? Pero existen casi infinitas otras formas de estar en el mundo. Y muchas tienen en común una característica que ahora podría tildarse de rara: actuar sin esperar nada. De eso seguro que han leído mucho.
¿Y todo esto por qué se lo cuento? Porque en el mundo de la inversión se habla mucho de componer y del largo plazo. Y si hay algo que compone mucho es tener una filosofía de vida con la que se esté cómodo y que nos acerque a nuestra mejor versión. Aunque dicha versión sea imposible de alcanzar ni en el mayor de los plazos.
Por el título puede aventurar que vengo a hablarle de una filosofía de vida que además se basa en actuar sin esperar nada. Pero también de aprender a ignorar. A soltar. A desentenderse sin culpa de lo que no compone. Porque nos encanta hablar del interés, pero el desinterés también tiene su miga. Y si el desinterés compuesto le suena a inversión, es porque también lo es. Inversión en uno mismo.

El ruido no cotiza
En un mundo que invita a estar en todo —opinar de todo, responder a todo, reaccionar a todo—, hay algo valioso en elegir no estar. No por desprecio, sino por cuidado. Cuidado con lo que uno deja entrar. Porque todo lo que se deja entrar acaba pesando.
Por eso el desinterés compuesto consiste en dar sin esperar, pero sabiendo cuando no dar. Porque antes de poder ser generoso con el mundo uno ha de evitar llenarse de lo innecesario. O peor aún, de lo dañino. De las dos definiciones que nos da el diccionario, aquí nos centramos en la primera ¿Le cambia el sentido del humor al entrar en cierta red social cada día? No lo haga, desinterésese —dijo el bloguero como si fuese fácil—.
El desinterés compuesto empieza como una retirada silenciosa de lo innecesario. No para aislarse, sino para estar más presente. No para hacer menos, sino para poder hacer. Más que virtud, puede considerarlo salud mental. Además le recomiendo que sea silenciosa, para uno mismo (no sea como aquel que practica la virtud solo para poder contarlo). Autores como Kierkegaard ya defendieron la importancia de la interioridad frente a las máscaras sociales.
Aquí, claro, entra el largo plazo, porque estas decisiones no se notan de inmediato —no mirar, no contestar, no reaccionar, no justificarse— pero, con el tiempo, limpian el aire y afinan el ánimo. Y eso también es una compounder.
Un origen antiguo
Para la segunda definición basta con remontarse al pasado. Las grandes escuelas filosóficas no pensaban en la ética como una asignatura, sino como una forma de vivir. No era algo que se aprendiera en libros, sino que se practicaba. Como el estoicismo —tan popular ahora—, que enseña a cultivar la virtud incluso cuando el mundo se muestra hostil. Haga el bien, y no mire a quién.
Para Aristóteles, la virtud consistía en actuar de forma correcta por el placer de actuar así, no por miedo al castigo ni por deseo de recompensa. Ser generoso no era dar para que te devuelvan, sino porque dar te vuelve más completo. Más adelante, pensadores como Séneca, Marco Aurelio o incluso Montaigne, hablaron de la necesidad de cultivar una vida coherente, una vida en la que los actos se alinearan con los principios. No por obligación, sino por sentido.
Creo que no es necesario elaborar mucho más, porque si está leyendo un blog como este es que es una persona generosa con su tiempo. La única nota al respecto es no confundir no esperar recompensa con no tener un objetivo. El objetivo es a largo plazo y no depende de las recompensas inmediatas: componer hacia la versión que usted quiere llegar a ser. El desinterés compone exponencialmente, podría ponerme magnífico y decir que es la novena maravilla del mundo. Dejo a su elección en qué posición lo ubica. Teniendo en cuenta el orden de magnitud, es importante no ser “penny wise pound foolish”.
La mejor inversión: fijarse en lo que permanece
Con el tiempo, lo que es constante es lo que compone. Y lo que compone suele tener algo en común: no grita, no se impone, no exige explicaciones. Simplemente encaja. A veces ni se entiende muy bien por qué. En inversión suelen ser los ingresos, siempre que haya un buen balance y todo esté “saneado”. La salud importa incluso cuando se habla de entes inertes. A las empresas incluso se les puede aplicar el “quien mucho abarca poco aprieta” del refranero, aunque tiene un nombre más divertido: diworsification (diversificar para acabar peor).
Todo eso también es lento y los resultados se ven con el tiempo. Como muchas de las cosas importantes de la vida: un cuerpo sano, una mente en calma o el amor de los que nos rodean. Además, éstas tienen la peculiaridad de no poder ser compradas.
El desinterés bien entendido —no el pasotismo, ni la frialdad— es una forma de cuidar eso: lo esencial. Es, en cierto modo, una ética personal. Una forma de estar, aunque nadie mire. Y sí, puede que se tarde más en “llegar” o que algunos no lo entiendan. Pero si se emprende un camino es mejor hacerlo ligero. Y sin deberle a nadie tu rumbo.
Porque al final, lo que marca la diferencia no es evitar el desorden, sino aprender a dejarlo existir, y prestar atención a lo que suma. Elegir lo que de verdad importa, sin esperar nada a cambio. Y también —por salud, por quietud, por respeto a uno mismo— ignorar lo que no compone.