El 19 de Octubre de 1987 figura en la historia de la inversión como una de sus fechas más aciagas. Ese día el índice Dow Jones sufrió la peor caída de su historia en una única sesión, desplomándose un 22,6 %. No había sucedido nada semejante ni siquiera durante el crac del 29 y tampoco volvió a suceder después. Se calcula que tan sólo las pérdidas de los inversores americanos llegaron a ser superiores a los 500.000 millones de dólares de la época. Un auténtico “Lunes Negro”, en el que millones de inversores, llevados por el pánico, se atropellaban por vender sus acciones.
No hay unanimidad sobre las causas que lo provocaron, ni sobre el grado de responsabilidad de cada una de ellas. Se suele citar el abultado déficit comercial de EEUU; el incremento de los tipos de interés a causa de la elevada inflación; los problemas en el suministro de petróleo por la guerra entre Irán e Irak; la existencia de importantes desajustes en el mercado inmobiliario; la incidencia de los nuevos programas informáticos de trading, que aceleraron y profundizaron las caídas; la sobrevaloración, y, cómo no, la euforia previa.
Sobre esta última, J. K. Galbraith puso la lupa sobre las manifestaciones tipo casino y las operaciones especulativas que en esos años tenían lugar en la bolsa, también en la moda de las fusiones y adquisiciones de empresas y en la compra de participaciones apalancadas. La promesa de grandes y rápidas ganancias había atraído a especuladores de todo tipo al mundo de la inversión.
En su libro "El póquer del mentiroso" (1989) Michael Lewis describió desde dentro el ambiente, las motivaciones y la mecánica de funcionamiento que imperaban en Salomón Brothers y en todo Wall Street en la época en que se produjo el crac del 87. Como muestra puede servir este artículo de Joaquín Estefanía. También el comentario de Lewis: "A finales de los 80 no era infrecuente celebrar la venta de 100 millones de bonos subiéndose a una mesa, golpeándose el pecho y gritando: ¡Soy el amo del universo!”.
En el otoño del 87 Tom Wolfe publicó su novela “La hoguera de las vanidades”, en la que su protagonista, McCoy, era uno de esos amos del universo. Un joven triunfador de Wall Street, que en la cima de su éxito profesional se ve envuelto en un percance que le cambiaría la vida.
Aquí en España, el crac se produjo al día siguiente, el día 20, y las pérdidas también fueron brutales. Sucedió en un contexto de efervescencia financiera, donde se estaba engendrando lo que se conocería como la "cultura del pelotazo", que no era ni más ni menos que la proliferación generalizada de inversiones especulativas rápidas y ganadoras. Una especie de “aquí te pillo, aquí te mato” inversor.
El ingreso en la CEE en 1985 y la adopción de un conjunto de medidas de política económica muy favorables a la inversión (entre ellas la armonización legislativa española a las normativas comunitarias) fomentaron la espectacular llegada de inversión extranjera directa a nuestro país, llegándose a multiplicar su volumen por nueve entre los años 1987-1991.
Por su parte la obra pública en infraestructuras movía cantidades ingentes de dinero. En 1986 Barcelona fue designada sede de los Juegos Olímpicos de 1992 y un poco antes lo había sido Sevilla para la Expo del 92.
La época de los “yuppies” y de los adalides del enriquecimiento rápido había comenzado. En 1987 Mario Conde y Juan Abelló vendieron Antibióticos S.A. a la multinacional Montedison por 58.000 millones de pesetas. Ese dinero les serviría para llegar hacerse con el control de Banesto, del cual ese mismo año Conde acabaría siendo nombrado presidente. Personajes como el mismo Conde, “los Albertos”, Javier de la Rosa y muchos otros, comenzaron a ser muy conocidos fuera de los ambientes estrictamente financieros.
El ministro de Economía y Hacienda de entonces, el socialista Carlos Solchaga, llegaría a decir: "Este es el país donde se puede ganar más dinero a corto plazo de toda Europa y quizá uno de los países donde se pueda ganar más dinero de todo el mundo."
La inversión en bolsa era algo totalmente alejado de mi círculo cercano de familiares y amigos, y tan sólo ocasionalmente sabíamos de ella a través de las noticias puntuales que la televisión tuviera a bien emitir. Sin embargo, hay dos anécdotas relacionadas con el crac del 87 que quedaron para siempre en mi memoria:
¿Se acuerdan de Miguel Muñoz?; bueno quizás no. Era desde hacía unos años el seleccionador nacional de futbol. En una entrevista confesó que el crac de la bolsa le había arruinado económicamente, despojándolo de la mayor parte del patrimonio acumulado a lo largo de toda su vida. Invertía desde hacía mucho tiempo y su cartera la gestionaba un corredor de bolsa de su confianza. Me impactó su confesión. Aunque había pasado un cierto tiempo ya cuando lo contó, se hacía evidente que no había logrado digerir el mazazo que le supuso esa experiencia. Murió al cabo de poco, a los 68 años.
El protagonista de la otra fue un conocido que pensó en multiplicar rápidamente el capital obtenido con la venta de un piso invirtiéndolo en bolsa. Ese era su plan. Sin embargo, y como dijo el filósofo: "todo el mundo tiene un plan hasta que le dan un puñetazo en la cara". En el primer asalto besó la lona y ya no pudo levantarse. Supongo que el palo que se llevó tuvo que ser de aúpa, pero a su favor quizá jugó el hecho de que era joven, tenía ingresos recurrentes y algún proyecto en cartera, así que se levantó, aceptó el KO con deportividad, e hizo mutis por el foro. Nunca le oí lamentarse y tampoco comentar el tema con nadie.
De alguna forma su experiencia nos vacunó a unos cuantos. Hubo quien, poniendo este caso como ejemplo, ni por asomo se planteó jamás invertir en bolsa; mientras que a otros nos hizo andarnos con pies de plomo cuándo, años más tarde, comenzamos a curiosear en ella.
" Al caer la luz " es una novela del escritor americano Jay McInerney (autor de la en su día célebre "Luces de neón"). Aunque publicada en 1992, no había sido editada en castellano hasta el año pasado, cuando lo hizo esa magnífica editorial que es Libros del Asteroide. Ambientada en el Nueva York de 1987, sus protagonistas, los Calloway, forman a ojos de los demás la pareja perfecta. Ella es una agente de bolsa de Wall Street y él un ambicioso agente literario. A través de su relación, de sus anhelos y frustraciones y del mundo que los rodea, de manera tangencial, nos podemos acercar al ambiente que se respiraba en la ciudad antes y durante el famoso crac bursátil de Octubre del 87. A mí me gustó cuando la leí, creo que es una buena novela, de esas que según avanzas en su lectura va atrapándote más y más. Pero claro, sobre gustos …
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