Las compañías están hechas de un tejido vivo. Tendemos a pensar en las mismas de muy diversas formas, generalmente viéndolas encarnadas en su producto. A veces, enfatizamos en alguno de sus departamentos. I+D, Ingeniería, Fabricación Avanzada… y algunos, en algunos casos, las vemos a través de la óptica de su cuenta de resultados. Pérdidas y ganancias, balances, deudas, partidas presupuestarias.
Conocemos las historias de éxito, el pasado, las batallas, los nombres de algunos directivos, y algunas otras cosas más. Fechas, datos, citas, entrevistas, y presentaciones corporativas. Información y desinformación.
Gracias al abuelo, las vemos como castillos, con sus defensas y fosos defensivos. Ya saben que todo lo militar atrae bastante, sobretodo a los que nunca hemos estado en un conflicto bélico.
Y todo eso está muy bien. Nos da una parte de la canción y el resto ya nos la inventamos.
Si, nos la inventamos. Se la inventa usted, su primo y la vecina del quinto, Básicamente, porque el futuro es incognoscible.
Lo importante siempre es acertar con la dinámica del tejido vivo. Cómo se reproduce, en que entorno opera, si hay o no comida, si está creciendo o se está fagocitando a si misma. Y esto es bien jodido. Si, realmente complicado. Y de ahí, aquello de disparar a los blancos con más probabilidades.
Por eso cada vez que veo a un señor hablar de las compañías con una seguridad que bordea la soberbia, me echo la mano a la cartera y sigo mi camino.
Les seré sincero. Me importa un huevo de avestruz porque prefiero estar equivocado a dejar mi dinero en manos de cantamañanas exhibicionistas.
Y si, no es politicamente correcto. Ni falta que hace.